“No soy profeta, ni soy hijo de profeta…”
Así se definía a si mismo Amós ante Amasias; y hace ya bastante tiempo que estas palabras resuenan en mi mente cada vez que medito en algunos asuntos. “No soy profeta, ni soy hijo de profeta…” y sin embargo, por momentos me parece vislumbrar una situación que cada día me parece más cercana, más inevitable; pero “No soy profeta, ni soy hijo de profeta…” no puedo decir que esa visión del futuro que parece esperarnos haya sido una revelación del cielo; de igual manera que Amós se definía a sí mismo como boyero y recogedor de higos silvestres, creo que ese sombrío panorama que se asoma está al alcance de cualquiera que abra lo más mínimo los ojos… pero vayamos directamente al grano.
Que la sexualidad humana se ha convertido últimamente en el campo de batalla donde una mayor agresividad se está manifestando, creo que puede resultar evidente a todos; que cada día se está legislando, globalmente, de una forma cada vez más agresiva en contra de los principios divinos acerca de este asunto, creo que también resulta palmario; que más pronto que tarde todos los creyentes nos veremos abocados a tomar postura, me temo que no resulta profético, sino simplemente algo que es evidente. Veamos a que me refiero.
Evidencia número uno. Se está produciendo un movimiento global, que se acerca cada día más a nuestro entorno, para convertir la proclamación o declaración de los principios sobre sexualidad cristianos en algo que sea considerado agresivo o intolerante contra la “libertad sexual” de todos los seres humanos. Un organismo como la ONU, considerado adalid de la defensa de los derechos y libertades, ha llegado a considerar que el derecho a la libre expresión de una convicción moral o religiosa, es un derecho de “rango menor” frente a los derechos de libertad y expresión sexual de la comunidad LGTBI+; de esta forma se puede considerar un acto de agresión con un “derecho fundamental”, el expresar públicamente que una acción, opción o practica sexual sea considerada como pecado, como incorrecta según la revelación de la voluntad divina.
Evidencia número dos. Ya se han dado casos de personas que han sido procesadas por “delitos de odio”, por haber manifestado públicamente que, según su comprensión de la Biblia, las conductas homosexuales son pecado. A principios del presente año, 2022, una política y un obispo anglicano han sido encausado en Finlandia, un país de altos estándares democráticos, por “compartir opiniones y denuncias que difamaban e insultaban a los homosexuales como grupo en función de su orientación sexual”, simplemente por decir que la Biblia considera pecado las relaciones fuera del matrimonio entre un hombre y una mujer. Afortunadamente los cargos fueron desestimados por el tribunal, al menos en primera instancia y a expensas del resultado de una apelación de la fiscalía. Este caso está lejos de ser único y anecdótico; sino que más bien parece un intento más de asentar un principio: decir que algo es pecado es violento, agresivo y debe ser ilegal.
Evidencia número tres. La ley en España, en cuestión de los llamados “delitos de odio”, a entender de muchos especialistas en el tema, entre los que no me cuento, abre una posible brecha para considerar como tal delito el que los cristianos expresemos, o difundamos de forma escrita y pública, la consideración de ciertas prácticas como pecaminosas y desagradables a Dios. Cierto que al final deberá ser un tribunal de justicia el que sancione el delito, pero cada vez más la opinión pública, hábilmente adoctrinada y manipulada mediáticamente por los grupos de presión vinculados a esas prácticas, parece abrirse a esa consideración.
Ante tales evidencias, de las que solo se muestran unos pocos ejemplo, “no soy profeta, ni soy hijo de profeta…” pero cada vez más cerca, en un futuro, parece evidente que nos veremos enfrentados a la disyuntiva de, o callar la realidad de nuestra convicción en lo que la Biblia nos enseña, o enfrentarnos a acusaciones, y quizás condenas, por delitos de odio; es más, posiblemente el fin de este proceso sea considerar oficialmente la Biblia como un medio de difusión del odio al “diferente”, y el cristianismo como una creencia directamente negativa, violenta, discriminatoria y finalmente, ilegal.
Quiera Dios que todo esto sea solo la visión negativa y pesimista de quien se reconoce no es “profeta, ni hijo de profeta…”; pero la Palabra misma nos advierte de que cuanto más nos acercamos al tiempo del fin, más peligro correremos, “Entonces los entregarán a ustedes para ser torturados, y los matarán, y todos los odiarán por causa de mi nombre” Mateo 24:9; también nos avisa sobre los efectos que tendrá esto entre los creyentes: “tanto aumentará la maldad que el amor de muchos se enfriará” Mateo 24:12.
“De la higuera deben aprender esta parábola: Cuando sus ramas se ponen tiernas, y le brotan las hojas, ustedes saben que el verano ya está cerca” Mateo 24:33. A este que firma, sin ser “profeta, ni hijo de profeta”, le parece que las ramas están ya muy tiernas, y que las hojas están brotando; así que preparemos para, si fuese necesario, poder mantenernos firmes ante cualquier amenaza, ante cualquier acción o ataque; y seguir obedeciendo y declarando la verdad revelada de la voluntad divina en la Santa Palabra De Dios.
Espero que no sea necesario, pero si hiciese falta, nos vemos en la trinchera, defendiendo hasta las últimas consecuencias aquello que hemos creído.