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Uno de los personajes bíblicos que más me ha impactado desde niño es Nicodemo. Recuerdo perfectamente cuando escuché por primera vez sobre él, y fue precisamente a través de Jacobo Bock en una campaña para niños en el Festival de Luz en Sant Boi, Barcelona. Jacobo logró captar la atención de todos los niños que estábamos en esa plaza hablándonos sobre Nicodemo y la importancia de nacer de nuevo.

Juan es el único que nos habla en las Escrituras sobre éste misterioso hombre que se acercó a Jesús en la noche; sin embargo, lo que sabemos sobre él es suficiente: Jesús le desmontó todos sus argumentos en una conversación.

Es incuestionable el respeto y la admiración que Nicodemo tenía hacia Jesús, sin embargo, había muchas preguntas en su mente, demasiadas limitaciones y condiciones que le impedían entender lo que Jesús le estaba explicando. Nicodemo se acercó a Jesús como un teólogo intentando comprender al Maestro desde su propia cosmovisión, y éste no trató en ningún momento de convencerlo, simplemente se limitó a decirle: «el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios» (Juan 3:1).

El nuevo nacimiento nos da una perspectiva distinta de las cosas; esto es la regeneración por el Espíritu Santo. Por ello Nicodemo no podía entender aquello que pertenecía absolutamente al plano espiritual: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (1 Corintios 2:14). Jesús no solamente hablaba del reino desde una perspectiva salvífica, sino también desde el aspecto de reino ya inaugurado por Él viniendo a la tierra. En la mente de Nicodemo, el reino de Dios era un reino físico gobernado por un rey que traería gloria y poder nuevamente a la nación de Israel. Nicodemo debía romper sus argumentos dándole paso al Espíritu de Dios para comprender que el reino de los cielos era un reino espiritual asentado en la vida del creyente.

Ahora bien, es importante comprender que ese reino ya está entre nosotros, aunque evidentemente no se manifestará en toda su plenitud hasta su segunda venida. Es lo que conocemos como el ya, pero todavía no. Sin embargo, en ocasiones olvidamos los beneficios y los efectos de este Reino ya presente en la tierra. Mateo 4:23 dice así: «Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo». Unos capítulos más adelante, cuando Jesús envía a los doce les dice: «Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia» (Mateo 10:7-8).

¿Qué llamaba la atención de Nicodemo? Sin duda las señales que Jesús hacía, y que, a su vez, reconocía que solamente podían hacerse si Dios estaba con él. Curiosamente, en esa conversación no reconoció que era Dios, tan sólo que venía de Dios. Pero el tema aquí es que las señales y milagros que Jesús realizaba mostraban claramente esa conexión con la venida del reino de Dios.

La misión de los discípulos fue predicar la inminente llegada de ese reino, y a su vez, sanar enfermos y liberar cautivos. Los milagros de sanidad y liberación eran la demostración de ese acercamiento del reino a la tierra. El Dr. Michael Brown escribe al respecto: «La Biblia no indica en ningún lugar que su reino haya retrocedido en la ascensión de Cristo, así como tampoco que esa inauguración hubiera sido una visita puntual».[1] Como Iglesia, tenemos motivos para seguir creyendo en la continuación de milagros hoy día alrededor de la tierra porque Jesús inauguró ese reino de gracia y verdad.

Nicodemo no podía entender ni ver ese reino. Como Iglesia, podemos preguntarnos: ¿estamos siendo conscientes de que su reino sigue presente hoy? ¿Qué estamos viendo? ¿A quiénes o a quién estamos escuchando? En medio del caos mundial podemos ver las cosas desde la incertidumbre: «¿Qué va a pasar?» O desde la angustia y desesperación: «¿Y si este conflicto se prolonga?» O podemos verlo desde la oportunidad: «¡Es el momento para que la Iglesia despierte y comience a predicar el evangelio del reino!».

La Iglesia es llamada a ser colaboradora con el Espíritu Santo aquí en la tierra para extender el reino de Dios. Abramos nuestra mente y nuestro corazón, permitamos al Espíritu Santo que irrumpa en nosotros para ser gente espiritual, gente que entiende lo que está pasando a nivel global, gente que habla el lenguaje de Dios y comprende lo que Él quiere decir y hacer a través de su Iglesia. Que podamos ser como los hijos de Isacar (1ª Crónicas 12:32), gente entendedora de los tiempos y que supo lo que Israel tenía que hacer en un momento complejo para la nación. El reino de los cielos se ha acercado; prediquémoslo.

 


[1] Michael L. Brown, Fuego Auténtico: Una Respuesta a John MacArthur sobre su Fuego Extraño (Lago Mary, FL: Excel Publishers, 2014), edición en PDF, 47.
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