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¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

– “La vida es sueño” Calderón de la Barca

Así acababa su monólogo Segismundo. Pensando que toda la vida es sueño y que todo es una quimera, una ilusión. 

A lo largo de la historia, muchos han hablado de sueños. Personajes, libros e historias nos recuerdan que anhelamos proyectos y metas para nuestra vida. 

Martín L. King comenzó su gran discurso diciendo “yo tengo un sueño”.

Partiendo de la base de que no es lo mismo tener “un sueño” que “tener sueño”, digamos que todos los seres humanos tenemos sueños que queremos cumplir.

Pero cuando me pregunto cuáles son mis sueños, me doy cuenta cada vez más, que quiero que estén alineados con los de Dios para mi vida.

Segismundo tiene una lucha entre lo que estaba predestinado para él—ser un malvado rey—o poder vivir en la libertad de ser un rey bueno. ¡Difícil dilema para el pobre muchacho! Así vivimos, en esa lucha dualista hasta que conocemos a Dios. 

El Señor ya puso obras de antemano para que anduviésemos en ellas. (Efesios 2:10). Somos hechura suya, la palabra en griego es poema, así que pensemos que somos la obra de arte de Dios. Él puso esmero en crearnos, porque éramos su sueño. Y nos creó con un propósito, para buenas obras, obras que El ya preparó para que camináramos hacia y por ellas.

Si leemos la Biblia de principio a fin veremos qué, doctrinas aparte, es un compendio de historias de hombres, mujeres y pueblos que mientras lucharon por sus sueños egoístas todo les fue mal, pero cuando decidieron luchar por los sueños de Dios la cosa cambió totalmente. Se hicieron reyes, conquistaron tierras, vencieron gigantes, abrieron mares, anduvieron por encima del mar, sanaron enfermos y echaron fuera demonios.

Leí estos días que los japoneses hacen una siesta llamada “enemuri”, que significa ‘presente mientras duermes,’ reforzando la idea de que trabajas tantas horas que necesitas descansar unos minutos. Pero tan sólo reposando tu cabeza en tu mesa de trabajo. Es un símbolo de ser buen trabajador y responsable. Pero esto no es sano ni para la mente ni para el cuerpo. No puedes trabajar sin parar y descansar unos breves minutos. ¡Eso no es vida!

Pero en la vorágine de consumismo, nos metemos en vidas que no paran y en las que sólo nos tomamos un leve respiro para seguir. Es por eso por lo que se consumen miles de libros de autoayuda y mindfulness, porque queremos que algo alivie la presión de no poder conseguir nuestros sueños. Algo que nos dé un poco de paz mental y al/a nuestra alma.

 

Sin embargo, Dios nos está diciendo todo el tiempo: respira, tienes mi aliento, fue con el que te di vida, fue lo que soplé sobre ti. Y es ahí donde está el milagro diario del creyente. El milagro de que aun estando en un mundo hostil, muy hostil a nosotros, podemos vivir en paz. Porque nuestros sueños son los de Dios y en Él todo es posible, todo es cambiable, todo está lleno de esperanza. No que entremos en un nirvana de no sentir y no desear, sino en una vida con propósito.

El sueño de Ester no fue casarse con un rey sanguinario, pero con ello salvó a su pueblo; ni el de José ser vendido por sus hermanos, pero eso le llevó a ser segundo después de faraón, y así podríamos seguir indefinidamente.

Ahora nos toca a nosotros decidir, o vivir en un enemuri constante para conseguir algo que jamás disfrutaremos o dejarnos llevar por los sueños que Dios tiene para nosotros.

El Señor ya nos ha prometido (salmo 126), que seremos como los que sueñan. Él nos saca del cautiverio llenándonos de risa y alabanza. Y sólo entonces el mundo dirá, “grandes cosas ha hecho Dios con estos” y nosotros diremos “grandes cosas ha hecho Dios con nosotros” y por todo ello estaremos alegres y le daremos una alabanza perpetua al único dador de hermosos sueños.

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