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Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. (Santiago 1:5)

En un mundo donde a lo malo se le llama bueno y a lo bueno malo, donde el valor preeminente es la apariencia y donde la superficialidad se convierte en arte, lo podemos denominar un mundo carente de sabiduría. Ya sé que es algo paradójico decir esto, pues vivimos en la era de la información y no ha habido otra generación con más universitarios y más preparada que la actual. Además, tenemos internet, que se ha convertido en una herramienta de acceso a casi todo lo que se busquemos desde casi cualquier lugar. Pero sigo insistiendo en que vivimos en una época donde la sabiduría no es un bien preciado.

Se define la sabiduría como un grado más alto de conocimiento, pero también es una conducta prudente en la vida. La sabiduría no sólo es conocimiento sino también la capacidad de aplicar ese conocimiento a la vida práctica. Por eso Daniel Goleman escribió el bestseller “Inteligencia Emocional”, pues comprobó como psiquiatra que muchos de sus pacientes tenían un alto coeficiente intelectual, pero eran incapaces de enfrentarse a tareas rutinarias de la vida con éxito.

Lo que hacemos con el conocimiento que adquirimos determina nuestro grado de sabiduría, es decir, no es sólo cuestión de la información que tengamos o de lo que sepamos, sino de cómo la usamos y la aplicamos a nuestras vidas o a la de los demás. Un ejemplo de cómo procesamos el conocimiento o la información que recibimos de manera errónea y la convertimos en fuente de desatino e insensatez es el siguiente dato: como consecuencia de los atentados de las torres gemelas en New York, sobrevino a la población norteamericana un gran temor de posibles atentados en las líneas aéreas. A partir de ese momento se incrementó el número de personas que prefirieron el vehículo a los vuelos. Pues bien, en dos años se incrementó el número de muertos en las carreteras estadounidenses en más de 11.000, es decir casi 4 veces más que en el atentado del 11 de septiembre del 2001.

Jesús le preguntó al paralítico de Betesda: “¿quieres ser sano? Y quizás le escuchemos preguntarnos ¿quieres recibir sabiduría? A veces queremos vivir con cierto grado de dislate e insensatez en nuestra vida, o de ignorancia tolerada. Erasmo de Rotterdam en su libro Elogio a la Locura, personificando a la estulticia (necedad, estupidez) lo expresa de la siguiente manera: “sin mí no existiría ningún tipo de sociedad ni relación humana agradable y sólida. Sin mí, el pueblo no aguantaría por mucho tiempo a su príncipe, ni el amo al criado, la criada a la señora, el maestro al discípulo… ciertamente no podrían aguantarse si no se engañaran mutuamente, adulándose unas veces, condescendiendo otras, y finalmente untándose con la miel de la estulticia”. O en boca del pensador Horacio: “Pasar por loco a tiempo es el colmo de la sabiduría

No todos quieren ser sanados de su necedad, la prueba, como decíamos al inicio del artículo la tenemos en este mundo, se opta mayoritariamente por la ignorancia tolerada antes que, por la sabiduría, pasó la era de los griegos (sofistas) y llegó la era de los occidentales (pragmatismo), se olvidó los grandes planteamientos de la vida (de donde vengo, a donde voy…) y nos debatimos en opciones como ¿qué juego de la Play Station me voy a comprar? Por cierto, hay algunos tan enganchados a los videos juegos, que en su epitafio se escribirá: GAME OVER

La Palabra de Dios dice: La sabiduría comienza por honrar al Señor; conocer al Santísimo es tener inteligencia” (Proverbios 9:10). ¿De qué nos sirve tanta información si no somos capaces de disfrutar la vida?, ¿para qué tanto conocimiento si nuestras familias están cada vez más separadas y lo común es ver divorcios,  hijos contra padres e incluso padres contra hijos?

Dios tiene el deseo de que busquemos información, que apliquemos correctamente el conocimiento a nuestra vida por medio del Espíritu Santo, que huyamos de la salida fácil de la locura o de la ignorancia… que conozcamos Su verdad que no es otra cosa que La verdad. No siempre lo fácil es lo correcto. Pero no querremos escuchar la voz de Jesús refiriéndose a nosotros diciendo: Padre, perdónales porque… no saben lo que hacen (Lucas 23:34)

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