Fue ya en el avión de regreso a España, atisbando de vez en cuando por la ventanilla y siguiendo con detenimiento el mapa interactivo, cuando pude ser más consciente, por un lado, en el confort de mi asiento, y al mismo tiempo en la incomodidad de mi consciencia, de la cruda realidad que se estaba y se está viviendo “ahí abajo”. Como mero pasajero y espectador, miraba a lo lejos la frontera norcoreana, el interminable Desierto de Gobi en China, la enormidad de Rusia, el sufrimiento en Ucrania, en Israel, Irán, Líbano, Gaza…, los más de tres mil millones de personasque todavía no han escuchado el nombre de Jesús, los trescientos sesenta y cinco millones de hermanos y hermanas en el mundo que sufren intensa persecución… Y, de repente, en un momento dado, pude ver y fotografiar, ahí al lado, el Monte Ararat, el lugar donde finalmente el arca de Noé reposó y donde pudo brillar por primera vez el arco iris. Y esto me dio algo de alegría y esperanza.
Mi participación en el 4º Congreso de Lausana en Seúl fue como voluntario, y doy muchas gracias por esta gran oportunidad de participar en un evento de esta naturaleza y dimensiones, y de poder ver a cristianos provenientes de más de 200 naciones de todo el mundo. Aunque no pude asistir a casi ninguna de las sesiones ni de los talleres, ya que pasé la mayor parte del tiempo en una oficina, traduciendo, sí conocí de primera mano a hermanos y hermanas provenientes de países donde ser cristiano representa un claro peligro de muerte. Aunque me encantaría compartir sus historias, se me ha pedido que no escriba nada sobre ellos por razones de seguridad. Por lo tanto, me ceñiré a las cosas que se dijeron públicamente.
De los testimonios de hermanos y hermanas que han sufrido y siguen sufriendo la persecución intensa se desprende la realidad de su dolor, sacrificio y valentía; la soberanía y el cuidado de Dios; el conflicto espiritual que se sigue librando entre las fuerzas del mal y el Reino de Dios; lo inevitable, duro y al mismo tiempo glorioso de seguir participando, como Iglesia, de los sufrimientos de Cristo con el fin de agradarle a Él, y de que más personas le conozcan.
También se exhortó a la Iglesia de todo el mundo, y más particularmente a los cristianos que vivimos en países “libres”, a que seamos responsables y valientes para abogar por la causa, no solo de la Iglesia Perseguida, sino también, de forma más extensa, por la causa de la libertad religiosa. No debemos dejar el peso de esta responsabilidad solamente a ministerios especializados que están haciendo una labor encomiable en este campo, como Puertas Abiertas. Todos somos del mismo Cuerpo, y debemos identificarnos con nuestros hermanos y hermanas que sufren, como si estuviéramos “ahí abajo” con ellos… y no como meros espectadores.
Hay dos frases que me gustaría entresacar: “Ni el sufrimiento ni la persecución son el final de la historia. Dios está escribiendo una hermosa historia, una historia que va a acabar bien.” “A pesar de todo el sufrimiento… la Palabra de Dios sigue expandiéndose.” Gracias a Dios.
– Un artículo de José Mª Almarza Cano, Pastor en el Puerto de Sta María, traductor e interprete.