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Los nativos digitales, aquellos que han crecido rodeados de dispositivos móviles y pantallas, son la primera generación en la historia que presenta un coeficiente intelectual inferior al de sus padres. Esto se debe a que el cerebro de un niño menor de seis años está en un proceso crítico de formación. Exponer a estos niños a más de media hora diaria de contenido audiovisual puede atrofiar su desarrollo cerebral, afectando su capacidad de memorizar, socializar y gestionar sus emociones en el futuro. La Organización Mundial de la Salud recomienda que los menores de dos años no pasen ni un segundo frente a pantallas. Sin embargo, la realidad es muy diferente: aunque los estudios muestran que el uso excesivo de dispositivos puede afectar negativamente áreas como la adquisición del lenguaje, el tiempo de atención y el desarrollo socioemocional, es muy común ver a padres recurriendo al móvil o la tablet como método de entretenimiento para sus hijos.

La adicción a los dispositivos móviles se ha vuelto un problema prevalente entre los jóvenes. Un adolescente español desbloquea su móvil, en promedio, una vez cada ocho minutos. Esta dependencia no es casual; es el resultado de estrategias diseñadas meticulosamente por las grandes compañías tecnológicas para captar nuestra atención de manera continua.

El Dr. BJ Fogg, un especialista en tecnología persuasiva de la Universidad de Stanford, explica cómo las compañías utilizan técnicas avanzadas para manipular nuestros pensamientos y acciones. Fogg señala que «estas tecnologías están diseñadas para aprovechar las vulnerabilidades de nuestra mente y crear hábitos adictivos». Un ejemplo de estas técnicas es el uso de recompensas variables, como los «me gusta» y comentarios, que se distribuyen de manera impredecible, manteniendo a los usuarios constantemente revisando sus dispositivos para obtener una nueva dosis de validación. Además, el diseño de interfaces que facilitan la navegación sin fricción, como el desplazamiento infinito y las notificaciones push, mantiene a los usuarios enganchados por más tiempo.

Anteriormente, cuando navegábamos por las redes sociales, había un punto final en el que ya no aparecían más publicaciones nuevas. Ahora, la lista de contenido nunca termina, manteniéndonos constantemente desplazándonos hacia abajo y descubriendo nuevo material. Esta técnica está diseñada para que nunca sintamos que hemos terminado de ver todo lo que hay disponible, incentivándonos a pasar más tiempo en la plataforma. La capacidad adictiva de esta técnica está haciendo que la UE se plantee una normativa que limite el uso del “scroll infinito” en las interfaces de redes sociales.

Además de estas estrategias, el verdadero éxito de las redes sociales para crear “adictos digitales” está en mostrar el contenido que más te va a gustar dependiendo de tu edad, género, nivel socioeconómico y contexto social a través del perfeccionamiento de la creación de perfiles de usuarios en cuestión de minutos. Muchos recordaremos cómo antiguamente Facebook nos solicitaba información directamente, como cuál era nuestro libro favorito o de qué equipo de fútbol somos seguidores, para personalizar el contenido que nos mostraba, especialmente la publicidad. Ahora, con usuarios más cautelosos y leyes de protección de datos más estrictas, las plataformas solo necesitan nuestras interacciones para recolectar información de manera indirecta.

Al ingresar por primera vez a aplicaciones como Instagram o TikTok, se nos muestra el contenido más popular del momento de manera aleatoria. La interacción con estos videos (viéndolos unos segundos o pasando al siguiente) permite a las aplicaciones crear un perfil detallado en cuestión de minutos, sin necesidad de que proporcionemos datos explícitos. En pocos minutos, las plataformas pueden determinar nuestros intereses y preferencias, mostrando contenido que nos mantenga enganchados por más tiempo.

De este modo, las empresas detrás de las redes sociales consiguen crear un entorno del cual no salimos porque, tras conocer nuestros gustos y preferencias con tan solo analizar nuestras interacciones, siguen mandándonos solo aquel contenido que saben que consumiremos. Esto crea una burbuja de contenido audiovisual específicamente seleccionado para reforzar nuestras creencias y preferencias preexistentes, dificultando que nos encontremos con contenido diverso o que desafíe nuestras ideas. Al mantenernos en este entorno controlado y alineado con nuestros intereses, las plataformas aseguran que pasemos más tiempo en ellas, incrementando la cantidad de datos que generamos y, por ende, su capacidad de monetizarlos.

Consumir contenido es peligroso, pero la verdadera adicción se consuma cuando somos nosotros los que aportamos contenido a la red social subiendo nuestras fotos o videos. Cada foto, video o actualización de estado proporciona información valiosa sobre nosotros mismos. Esta información es recopilada y analizada para ofrecer publicidad específica y mantener la adicción de otros usuarios. En este proceso, las redes sociales no solo obtienen datos demográficos básicos, sino también detalles sobre nuestros intereses, hábitos y comportamientos. Esto permite a los anunciantes dirigir sus productos de manera más efectiva, incrementando la rentabilidad de las plataformas.

Al subir nuestras imágenes, nos exponemos a la valoración pública a través de «me gusta» y comentarios, lo que afecta directamente nuestra autopercepción y autoestima. Las gratificaciones inmediatas que recibimos al obtener reacciones positivas pueden ser adictivas, llevándonos a un ciclo de dependencia donde buscamos constantemente la aprobación de nuestros seguidores. Sin embargo, esta dinámica está adulterada para generar adicción dentro de las redes sociales, ya que tu contenido se mostrará a más o menos usuarios dependiendo de la capacidad que tenga para generar interés en base al criterio de la red social.

Quizás un ejemplo sirva para ilustrar este punto: cuando subimos un video o una imagen a nuestras redes sociales, este contenido no se muestra a todos nuestros seguidores al mismo tiempo ni de la misma forma, sino que se muestra más veces y a más gente si el contenido tiene la capacidad de gustar a los demás según el criterio de la red social en cuestión. Es por ello que publicaciones donde abunda demasiado el texto escrito o donde no aparecen fotos de personas reales suelen obtener menos interacciones que otras fotos más personales o privadas.

Otro ejemplo que podemos entender es uno relacionado con el contenido que subimos de nuestras iglesias, especialmente de nuestros cultos y/o predicaciones. Es común que las congregaciones locales rescaten fragmentos de predicaciones o incluso resúmenes de los sermones para colgarlos en redes, normalmente con una repercusión limitada. Por el contrario, mensajes de confrontación desde los púlpitos, mensajes más duros o directamente discursos señalando las desviaciones de otros ministerios tienen una repercusión mucho mayor. Esto se debe a que un mensaje más duro es interpretado por el algoritmo como una ocasión perfecta para que los usuarios interactúen a favor o en contra de ese mensaje, generando horas de adicción en redes sociales por “defender la sana doctrina”. No son pocos los ministerios que limitan su mensaje en redes sociales a señalar a los demás por el elevado nivel de repercusión que consiguen en redes sociales.

Desgraciadamente, esta dinámica consigue que ministerios y creadores de contenido sean esclavos de la interacción y programen sus predicaciones no en base a la necesidad de su congregación o de su propio criterio, sino en base al contenido que la red social acepta como “viralizable”.

Todo este sistema de retroalimentación constante refuerza nuestra presencia en la plataforma, incrementando aún más la cantidad de datos que proporcionamos y perpetuando el ciclo de adicción. Como decíamos, es importante notar que los «me gusta» y otras formas de gratificación en redes sociales nos obligan indirectamente a mostrar contenido que la plataforma acepta y que es más consumido, y esos “me gusta” son otorgados por la red social a aquellos que cumplen con sus reglas. En muchas ocasiones, esto significa crear contenido que funciona bien en términos de generar adicción, aunque vaya en contra de nuestros principios y valores. Así, a veces no creamos el contenido que queremos, sino el que la plataforma favorece para mantener a otros usuarios enganchados.

Por este motivo, debemos entender que subir contenido en las redes sociales no solo implica compartir momentos de nuestra vida; nos convierte en trabajadores no remunerados para estas plataformas que generan adicción en los demás y venden publicidad en base al contenido que hemos creado y que hemos hecho según sus reglas.

Uno de los errores comunes que cometemos los evangélicos es pensar que las redes sociales son un espacio ideal para alcanzar a personas que no conocen a Jesús. Sin embargo, la segmentación por contenido que realizan las redes sociales dificulta mucho que nos encontremos con contenido que no esté alineado con nuestras preferencias o manera de pensar. Esto significa que nuestros mensajes evangelísticos o predicaciones llegan mayoritariamente a personas que ya comparten nuestras creencias. En lugar de alcanzar a los no creyentes, estamos mayoritariamente predicando a los ya convertidos. Además, el mensaje del evangelio, por su naturaleza, violenta las conciencias y sacude nuestras ideas preconcebidas de la vida, algo que va en contra del principio de comodidad que las redes sociales nos generan, donde todo lo que vemos afianza nuestras opiniones previas. Debemos reflexionar sobre cómo en nuestras redes sociales apenas vemos contenido de otras religiones y/o confesiones a pesar de que estas invierten mucho dinero en publicidad propagandística.

Es el momento de que como individuos hagamos un reflexión profunda que no enmascare ni justifique nuestra manera de interactuar con redes sociales si no que transforme por completo nuestra manera de relacionarnos con ellas. Con este proposito en el horizonte en las próximas semanas estaremos ahondando en todas derivadas de esta relación para buscar la forma de mantener una relacion sana con las redes sociales y las «nuevas tecnologías».

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