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La razón de ser de nuestras Asambleas de Dios en el mundo es cumplir la Gran Comisión. Para ello, durante más de cien años, hemos experimentado un enorme crecimiento en el campo de las misiones, en la plantación de iglesias, en la formación de obreros, en los medios de comunicación, en la infraestructura y en el desarrollo de tecnologías que han contribuido a hacer más ágil y eficaz nuestro trabajo en el mundo. Sin embargo, a medida que hemos ido creciendo, hay un reto que se hace cada vez más complejo: nuestra unidad.

La unidad es un milagro que sólo es posible por obra del Espíritu Santo ya que, a pesar de nuestra diversidad y tremendas diferencias, la obra de la Cruz provoca un punto de encuentro que redunda en la edificación de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, la unidad es una responsabilidad que debemos perseguir prioritariamente y con la máxima intencionalidad, ya que, de lo contrario, nuestra tendencia natural nos llevará a la dispersión como consecuencia de nuestra tendencia individualista y autosuficiente. La historia de la Iglesia ha demostrado que en demasiadas ocasiones el crecimiento de la obra provoca una sensación de éxito que debemos corregir para no olvidar que no podemos ganar el mundo desde la individualidad de nuestros ministerios o movimientos nacionales.

En la llamada oración sacerdotal que se encuentra en Juan 17, Jesús ruega al Padre por los que hemos de creer. En esta oración, Jesús no da por sentada la unidad, sino que siente la necesidad de interceder para que seamos Uno, para que Su Gloria permanezca en nuestras vidas y, al mismo tiempo, para que el mundo crea. «Que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me has enviado. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, como nosotros somos uno». (Jn 17, 21-22)

Sin duda, la oración de Jesús es un antidoto espiritual para contrarrestar la amenaza global que, tristemente, también afecta a nuestros ministerios e iglesias. Hoy el mundo
conflictos que ponen en peligro el futuro de la humanidad. La ruptura de relaciones está a la orden del día y los avances que experimentamos, principalmente en el área de las comunicaciones, no sirven para hacer más efectiva la unidad entre las personas. Lamentablemente, estamos en el camino de la desintegración familiar y social como resultado de la propia tendencia de la humanidad a vivir dispersa, desviada por una causa principal: su independencia de Dios.

Las Asambleas de Dios nacieron de la Unidad y nuestro futuro sólo puede estar garantizado si somos intencionales en hacer nuestra la oración de Jesús: que seamos UNO para que Su Gloria se manifieste en cada nación y el mundo crea. Para lograr este reto ineludible e imprescindible para la vida de la Iglesia, desde el WAGF se nos anima a abrazar la Visión MM33 que, precisamente, nos exige ser Uno si queremos alcanzar la meta de ver plantadas el millón de iglesias que todos deseamos. Puede que sea una meta ambiciosa, pero la realidad es que esta meta es insuficiente para alcanzar a los millones que aún no conocen a Jesús. Sin embargo, de lo que estoy seguro es de que si la Iglesia responde a la oración de Jesús de que seamos uno, nuestras metas humanas se quedarán cortas ante lo que la manifestación de la Gloria de Dios puede hacer en la Iglesia y en el mundo.

Seamos intencionales y trabajemos por la armonía que haga posible que nuestro movimiento global se convierta, cada vez más, en una gran orquesta compuesta por una enorme diversidad de instrumentos que, dirigidos por el Espíritu Santo, provoquen lo que más anhelamos, que Su Presencia se manifieste cada vez que nos reunimos para experimentar un verdadero avivamiento. (Salmo 133:1; Mateo 18:19, 20)


Artículo Publicado en la Newsletter de la WAGF en Marzo de 2024.