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Nuestros niños, niñas y adolescentes están creciendo y desarrollándose en entornos complejos en los que, habitualmente se encuentran con situaciones conflictivas que necesitan afrontar. Una de las que más preocupa a profesionales y familias es la convivencia entre iguales, y donde a menudo terminamos hablando de Bullying. Este fenómeno es uno de los principales retos en los entornos donde se relacionan nuestros hijos e hijas, tanto por las dificultades que se generan en el día a día, como por las consecuencias psicológicas, físicas, relacionales o emocionales. Las comunidades de fe no deberían permanecer al margen de este fenómeno, ya que influye directamente en el bienestar de los miembros más vulnerables y necesitamos cuidarles y protegerles de forma integral, atendiendo todos sus ámbitos de desarrollo.

Es importante definir bien el concepto de bullying, ya que la enorme alarma social que genera puede llevarnos a interpretar que cualquier conflicto entre iguales puede incluirse, desdibujando la realidad de este fenómeno. El Acoso entre iguales suele definirse como un maltrato intencionado, que se mantiene en el tiempo y que constituye un abuso de poder. En este sentido debemos partir de una intencionalidad para dañar por parte de la persona agresora, que va más allá de momentos puntuales (que exista violencia en un conflicto específico no tiene porqué implicar bullying si no es algo continuado) y caracterizándose por una diferencia de poder (puede ser por la fuerza de un grupo de iguales, diferencia entre la capacidad física de provocar daño o estatus dentro del propio grupo), dificultando a la víctima poder defenderse.

Recientemente se ha publicado el primer Estudio Estatal sobre la Convivencia Escolar en centros de educación primaria en España. Esta investigación en la que participaron 37333 estudiantes muestra que, en líneas generales la percepción de la convivencia escolar en nuestro país es positiva, aunque siguen existiendo obstáculos que dificultan las relaciones. Los datos muestran que un 9,5% de los niños y niñas manifiestan haber sufrido acoso escolar. Estos datos mejoran significativamente los resultados obtenidos en la mayoría de estudios realizados por entidades sociales, pero siguen mostrando una realidad que hace necesaria una intervención sistematizada de prevención y acción contra el acoso. Aún no existen estudios oficiales en nuestro país que nos muestren la realidad más allá de la educación primaria, pero diversas organizaciones señalan a través de sus propios estudios el incremento de acoso en etapas superiores de enseñanza. De hecho, según la OMS, el bullying está detrás de cerca de 200000 suicidios al año en todo el mundo, por lo que no es de extrañar la sensibilización que se produce en la sociedad con este fenómeno. En la actualidad existen diferentes programas que se implementan en los recursos educativos y que han mostrado una eficacia considerable, como el Programa KIVA, el programa TEI o los protocolos de Lookschool, lo que nos muestra que para abordar esta problemática necesitamos formación, estrategias y voluntad de toda la comunidad.

Si bien es verdad que el principal espacio en el que suele manifestarse el acoso escolar es en los centros educativos, también puede darse en el resto de contextos donde los niños y niñas se desarrollan. Es por esto que las comunidades de fe no deberían permanecer insensibles a esta realidad. Como iglesias tenemos la responsabilidad de cuidar a los niños, niñas y adolescentes, atendiendo a sus necesidades y dificultades. Las comunidades cristianas pueden convertirse en espacios libres de violencia, que aporten seguridad y atención y favorezcan un pensamiento crítico y conductas que respondan a las distintas formas de acoso con gracia, comprensión, pero a la vez firmeza y decisión. 

Promocionar competencias que ayuden a los niños, niñas y adolescentes a afrontar el acoso entre iguales es fundamental para prevenirlo. Además, conocer indicadores que nos ayuden a identificar cuándo se están produciendo situaciones de acoso y aprender estrategias para tratarlo nos ayudará a ser comunidades preparadas para favorecer ambientes apropiados de convivencia. Para ello es fundamental la formación, sensibilización y la planificación de actividades específicas que integren a todas las personas que conforman las comunidades cristianas, principalmente a las personas que ejercen liderazgo, las que participan en actividades con la infancia y adolescencia y por supuesto a las madres y a los padres. De esta manera nuestras iglesias y las familias que forman parte de ellas pueden ser un factor de prevención contra el bullying en todas sus formas atendiendo a la infancia y adolescencia con el cuidado y la importancia que tienen en el Reino.


Fran Cañizares Aguirre.

Educador Social, Coordinador del Programa de Apoyo Integral a las Familias del Gobierno de Cantabria y Presidente del Grupo de Trabajo de Infancia de la Alianza Evangélica Española.

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