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(Este artículo tiene una primera parte)

Está claro que bíblicamente Dios se revela sí mismo, pero ¿cómo es esta revelación?, ¿Es para todos o solo para algunos?, ¿Cómo me relaciono con Dios?, ¿Cómo lo aplico a mi vida? Algunos dirán que es meramente un encuentro personal y existencial con Dios mientras que otros señalan que consiste en conocer las verdades o proposiciones divinas.

Por un lado, pensar que Dios se revela a sí mismo sin transmitir nada y sin la posibilidad de conocer algo de él presenta muchos problemas. Un encuentro con Dios vacío del contenido que Dios quiere transmitir nos privaría de la verdad misma del evangelio y su poder para salvación. No podríamos comprender la verdad acerca de nuestra situación pecaminosa, de la verdad de la obra expiatoria de Cristo, de la justificación que Dios nos brinda, de la esperanza de la vida eterna, de cómo comportarnos correctamente, no habría objetividad sino pura subjetividad, cada uno tendría su propia noción e imagen de Dios creada en base a su propia experiencia. Aquellos que enseñan que lo importante es un encuentro personal con Dios que solo involucra los afectos, el corazón y la buena voluntad propia para con Dios al margen de la verdad bíblica, presentan a un dios genérico, pero no presentan al Dios de la Biblia. Básicamente, ofrecen encontrarse con Dios junto con la libertad de crearlo a imagen propia y particular según la experiencia y personalidad de cada uno.

Al respecto Leon Morris afirma la dificultad y contradicción de dicha postura:

No puedo decir que conozco a una persona a menos que pueda decir también que conozco algunos hechos sobre ella. Me resulta difícil imaginar en qué consistiría afirmar conocer a una persona de la cual no sé nada. Aun en casos de conocimientos superficiales, por ejemplo, el aspecto de la persona y lo que me indican sus palabras y sus actos. (Morris, 1979, pág. 153)

Y en el contexto de cómo Dios puede ser conocido y transmitido, el apóstol Pablo pregunta para enfatizar en sus lectores la necesidad de tener una fe basada en la verdad del evangelio:

¿Cómo van a invocarlo [a Dios] si no han creído en él? ¿y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿y cómo van a oír, si no hay quien les anuncie el mensaje? … Así pues, la fe nace al oír el mensaje, y el mensaje viene de la palabra de Cristo» (Ro. 10:14, 17, VP)

Pablo Hoff expone que “el mero encuentro (existencial o personal)* dejaría sin sentido los términos justificación, regeneración y redención. Si no emplea oraciones y proposiciones, el encuentro personal resultaría en puro subjetivismo y el hombre quedaría alejado de Dios.” (Hoff, 1999, pág. 65) *Añadido por mí.

De la misma manera, por otro lado, la revelación de Dios es mucho más que una compilación de textos, enseñanzas o verdades acerca de Dios. La fe verdadera en el evangelio y en Dios para salvación es mucho más que un mero asentimiento o conocimiento intelectual de ciertas verdades bíblicas. Es ese nivel de fe que los reformadores exponían que tiene que ver con la fiducia, que implica una confianza personal en Dios con la totalidad de nuestro ser, más allá de la notitia y del assensus. No somos salvos por nuestro conocimiento, asentimiento o erudición intelectual, aunque sea correcto y ortodoxo, a modo de un gnosticismo actualizado. De hecho, la Biblia afirma en la carta de Santiago cápitulo 2 versículo 19 que los demonios conocen y creen en Dios y tiemblan de miedo. De la misma manera, existen muchas personas que tienen un conocimiento apropiado de Dios debido a su cultura, educación o crianza religiosa pero que no son salvos porque no han tenido un encuentro personal y existencial con Dios. Conocen de Dios (proposicionalmente) pero no conocen a Dios (existencialmente) realmente. Nunca han entregado su vida a Cristo, no han dado el paso de arrepentirse de sus pecados ni doblado sus rodillas para confesar a Cristo como su Señor y Salvador de manera voluntaria y consciente, no han nacido de nuevo ni tenido un encuentro personal con Cristo. Conocen y tienen la doctrina, pero desgraciadamente no tienen ni conocen al Dios de la doctrina.

Pablo Hoff en este sentido refiere que “la revelación divina no presenta solamente la formulación de un sistema de verdades universales como los axiomas de Euclides ni argumentos lógicos semejantes a los que se hallan en libros de filosofía o teología.” (Hoff, 1999, pág. 52)

Y Millard Ericson afirma que «lo que Dios revela es primordialmente a sí mismo como una persona y especialmente las dimensiones de sí mismo que son particularmente significativas para la fe”. (Erickson, 2008, pág. 178)

Pensar que estamos obligados a elegir entre conocer a Dios de verdad (existencialmente) o conocerlo en verdad (proposicionalmente) es un error. No estamos llamados a renunciar ni a la persona de Dios ni a la verdad divina. No debemos excluir nuestro corazón con sus afectos ni tampoco nuestro intelecto con sus pensamientos. Ni tampoco Dios desea que vivamos en un racionalismo extremo (solamente proposicional) o en un sensacionalismo salvaje (solamente existencial).

Este asunto que se nos presenta, lo hace como una falsa dicotomía en la que aparentemente solo existen dos posibles soluciones a un problema. Existe una tercera vía o solución. Millard Erickson señala al respecto que no debemos escoger entre una y otra, sino que la revelación de Dios incluye ambos aspectos:

“Esto no es sugerir que no puede haber una conexión entre la revelación no proposicional y las proposiciones de verdad, sino que esta conexión no ha sido explicada adecuadamente por la neoortodoxia. El problema se deriva de hacer una disyunción entre revelación proposicional y personal. La revelación no es o personal o proposicional; es ambas cosas. Lo que hace Dios principalmente es revelarse a sí mismo, pero lo hace al menos en parte contándonos algo sobre sí mismo..” (Erickson, 2008, pág. 221)

Carl F. H. Henry en esta misma dirección, señala que Dios mismo y su revelación proporcionan la única base objetiva e inteligible para hacer declaraciones acerca de la naturaleza divina y conocerle personalmente;

«Solo a condición de que Dios realmente comunica información proposicional acerca de sí mismo, como aseveraban los profetas y apóstoles de la tradición judío-cristiana, y solo a condición de que tal información nos está disponible en un registro fidedigno, tendríamos una base confiable para exponer los atributos divinos y, para restablecer la comunión con Dios” (Henry, 1983, pág. 99)

Podemos concluir que el objetivo de la revelación de Dios es que todos lleguen a conocerle de una forma real, y esto incluye tanto la verdad como la persona de Dios. Para tal fin, Dios se ha revelado de una manera muy especial, a través de la encarnación de la segunda persona de la Trinidad, Jesucristo y de la inspiración de la Escrituras por medio de la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo (a ambos temas dedicaremos un artículo también de manera específica). 

Solamente diremos aquí, que en la encarnación de Cristo encontramos la imagen perfecta de Dios. Una imagen accesible y cognoscible para todos. Así pues, en Cristo, el hombre puede tener un encuentro cara a cara con Dios. Dicho encuentro es suficiente para satisfacer plenamente todo anhelo existencial del ser humano. Por otro lado, en la Palabra inspirada por Dios a través del Espíritu Santo, encontramos la verdad proposicional de Dios que es suficiente para proveer una plena respuesta al significado, origen, propósito y destino del hombre de forma veraz, objetiva y sustancial.

En suma, podemos decir que sí, la revelación de Dios es única y muy especial porque cubre todo anhelo y necesidad humana. Por tanto, hagamos de esta revelación especial de Dios el centro de nuestro conocimiento y sabiduría. Persigamos, además, hacer una buena teología y sobre todo, busquemos a Dios para conocerlo de verdad y en verdad. Amén.

BIBLIOGRAFÍA

Erickson, M. J. (2008). Teología Sistemática. Barcelona: CLIE.

Henry, C. F. (1983). God, Revelation and Authority. Waco, Tx: Word Books.

Hoff, P. (1999). Teología Evangélica: Introducción a la teología y la bibliología (Tomo 1). Miami, Florida: Editorial Vida.

Morris, L. (1979). Creo en la Revelación. Miami, Florida: Editorial Caribe.

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