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“Uno de los pensamientos más arrogantes que jamás haya entrado en la mente, es que la Presencia de Dios no es práctica.” – B.J

 

Leyendo el libro de Josué, es muy interesante ver cómo fueron poseyendo la tierra que Dios les había dado. Se cumplió la palabra dada a los hijos de Israel.

Cuando llegan a la tierra prometida, hay algunas tribus que deciden quedarse a este lado del río (Rubén, Gad y media tribu de Manases) pero Josué les insta que pasen a ayudar a sus hermanos. Ellos ya tenían tierra y no necesitaban pelear, pero decidieron pasar el Jordán para luchar por el beneficio de otros.

No era algo sencillo. Las familias, animales y posesiones se quedaron al otro lado del Jordán y solo salieron aquellos hombres en edad de luchar. Siete años luchando, lejos de sus familias y peleando por una tierra que no iba a ser para ellos. Siete años de bendición para otros.

 

Esto, como todo en la palabra de Dios es una enseñanza clara para cada uno de nosotros. Hay momentos que el Señor nos pide trabajar por otros, luchar por otros, guerrear por otros. Pareciera que no repercute en nuestro beneficio, pero dice el texto unos capítulos después que volvieron a sus tiendas con grandes riquezas, mucho ganado, oro, plata, bronce y muchos vestidos.

 

Porque ayudar a otros siempre es bendición para nuestras vidas. Ayudar al semejante es ponerle por encima de nuestros propios deseos o preferencias. Ayudar al otro es dejar el egoísmo atrás y dar importancia a tu prójimo. Ayudar al otro es ser conscientes de que no estamos solos y que nos necesitamos unos a otros.

El trabajar solo para nosotros nos aísla y nos hace retroceder.

Jesús siempre nos enseña a dar nuestra capa, nuestra túnica y andar una milla más. Cuando hacemos esto, mueren egos y se crea en nosotros esa capacidad de sentirnos parte del Reino. Un Reino donde es Cristo quien gobierna.

Las reglas y leyes De Dios son diferentes porque no tratan de la necesidad de estar bien uno mismo sino de ayudar a los otros y cuidar de tu hermano.

Al dar a los demás nuestro espíritu entra en el ritmo espiritual de un hijo de Dios.

Aprendemos que debemos tener la actitud de Abel, dar lo mejor a Dios. Sino actuamos así pronto estaremos diciendo al Señor – ¿soy yo guarda de mi hermano? – y el siguiente paso a eso es matar y destruir.

 

Dios nos llamó a edificar, hacer bien los unos a los otros. A ser conscientes de que no somos ni seremos el ombligo del mundo. Y que al lado de nosotros está el otro que es semejanza de Dios. Si bendecimos entonces al prójimo, bendecimos a Dios mismo.

 ¿Te animas a ayudar a tu hermano? ¿Te animas a bendecir a tu próximo y cercano?

Hay bendición en trabajar para otros, hay bendición en servir y esforzarnos por los demás. A eso nos llamó el Padre, porque al fin y al cabo tenemos ejemplo en El. Porque Dios lo hace constantemente por nosotros.