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Jack Barsky no era Jack Barsky. Había muerto a los 10 años, en 1955, y sus restos reposan en un cementerio en los suburbios de Washington; sin embargo, Barsky fue detenido en 1997 por ser un agente del KGB infiltrado en EEUU. Jack Barsky era en realidad Albert Dittrich, un alemán del este que había entrado en el país americano en 1978. Había robado la identidad del niño fallecido 23 años antes y se había integrado perfectamente en el país, viviendo como un perfecto ciudadano más, casándose de nuevo (ya lo estaba en su Alemania natal), y teniendo hijos, trabajo, e hipoteca. Durante años no hizo otra cosa que vivir como un yankee más, intentando lograr contactos que le permitiesen en su momento enterarse de secretos que transmitir a su agencia.

Se trataba de un agente durmiente, y no era el único; se trataba de una pieza más en un programa de la KGB destinado a instalar agentes en países “enemigos”, viviendo con perfiles bajos, integrándose perfectamente, intentando “colocarse” en puestos claves, y esperando que llegara el momento oportuno en el que puedan “despertar” como espías y empezar a enviar información sensible.

¿Y si estamos permitiendo algo similar con nuestros niños, que sean convertidos en “durmientes” que estallarán cuando menos lo esperemos?

Satanás se mueve en la sociedad en la que vivimos con una agenda clara, en la que el objetivo son nuestros pequeños, y además lo hace siguiendo un principio que, aunque nos pueda sorprender, es totalmente bíblico. Las escuelas se han convertido en el medio ambiente en el que se desarrolla esta agenda de creación de “agentes durmientes” siguiendo la premisa de Proverbios 22:6, “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. En muchísimos de los centros escolares de nuestro país se está adoctrinando a los pequeños en ideas, principios y practicas sexuales que sólo pueden ser calificadas, desde la perspectiva divina de la sexualidad, como pecaminosas y tremendamente perniciosas. Se les enseña que no hay diferencia entre hombre y mujer; que ellos pueden escoger, que pueden “amar” sin reparar en el sexo; que la sexualidad puede “disfrutarse” sin normas, sin fronteras y sin consecuencias; que en ultimo caso un aborto lo soluciona todo sin problemas.

Los creyentes no somos, en ocasiones, plenamente conscientes de que están convirtiendo, de forma consciente y premeditada, a nuestros pequeños en “pecadores durmientes”, que en su momento “despertarán” a aquellos principios en los que han sido educados desde su más tierna infancia.

Cuando eso suceda nos escandalizaremos, nos llevaremos las manos a la cabeza, lloraremos y nos preguntaremos afligidos: ¿Qué he hecho yo?

¡NADA! La respuesta es clara: ¡NADA! Siendo sinceros debemos admitir la realidad, seremos los únicos y verdaderos culpables de esa situación por no haber hecho absolutamente nada; por permitir que nuestros retoños hallan sido educados en su sexualidad por quienes no tendrían que haberlo hecho; por ceder a extraños, no creyentes en la mayoría de los casos, la formación de nuestros vástagos.

Desgraciadamente muchos padres cristianos, por temor, desidia, miedo, vergüenza o cualquier otra razón, ceden la educación en cuestiones de sexualidad a otros, sean profesores en el colegio, o maestros en la escuela dominical. Muchos de los progenitores que toman esta actitud, lo hacen pensando que deben esperar a que sus hijos crezcan un poco, que sean adolescentes o al menos que hallan llegado a la pubertad; pero la realidad es que desde la más tierna infancia se introducen principios relacionados con la sexualidad en la formación de nuestros hijos.

Recordemos el principio ya citado de Proverbios, y sumémosle el consejo divino de Deuteronomio 6:7 “y las repetirás a tus hijos”, directamente referido a los “estatutos y mandamientos” de Dios; recordemos también que parte de esos estatutos y mandamientos tienen relación directa con la forma en la que desarrollamos nuestra sexualidad, y por tanto no podemos dejarlos fuera de la instrucción que, nosotros como padres, tenemos la responsabilidad de transmitir a nuestros hijos.

Puede que en ocasiones nos parezca que puede ser exponer a los pequeños a realidades para las que no los consideramos aún maduros, pero no debemos olvidar que, si no lo hacemos nosotros, otros lo harán con principios que son cualquier cosa menos cercanos a lo determinado por Dios.

Debemos encontrar, antes de exponerlos a esas influencias que recibirán sin nuestra supervisión, la manera de, con cariño, respeto y cuidado, introducir a nuestros hijos en el conocimiento de lo que Dios dice sobre su sexualidad, sobre su identidad, sobre la pareja, sobre la fidelidad y la permanencia del matrimonio. Dios ha puesto a nuestro cuidado el presente y futuro de nuestras iglesias, de nuestra sociedad; y somos responsables de sobreponernos a nuestros miedos, nuestra vergüenza, e incluso a nuestra ignorancia; debemos esforzarnos por ser medio de formación en bendición de nuestros hijos en su sexualidad.

Podemos mirar para otro lado, pero solo estaremos permitiendo la formación de “durmientes” que, más pronto que tarde, nos estallarán en las manos, despertando a aquello en lo que han sido formando siendo niños.

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