Skip to main content

Desde el primer día que me subí al coche de la autoescuela, hace ya más de diez años y medio, supe que me gustaría conducir. Con tan solo cuatro meses de carné llevé a toda mi familia a Almería de vacaciones, pasando luego también unos días en Madrid.

Una de las cosas que más me gusta de conducir es la sensación de velocidad en carretera, es como volar, y si además te acompaña buena música, es todavía mejor, aunque en viajes largos, también necesito tiempos de calma y silencio, momentos idóneos para reflexionar y también para tener largas conversaciones con Dios, cuando toda mi familia duerme, claro.

Alex dice que viajar conmigo es impredecible, de repente pasamos por un sitio «interesante» y tengo que parar. La última vez que visitamos Soria, una amiga nos explicaba lo bonito que era su pueblo, a tan solo treinta kilómetros de allí, por su legado histórico. Alex me miraba de reojo hacía ya rato, esperando a que yo dijera lo que él esperaba oír: «¿Y si vamos?» Negando profusamente con el dedo me respondió: «Ni se te ocurra», acabábamos de visitar el Burgo de Osma el día anterior y teníamos que regresar a Palencia esa misma tarde, ya que era domingo y al día siguiente había que madrugar.

En otra ocasión, después de pasar unos días de turismo por la ciudad de Córdoba, ya en carretera de nuevo, pasamos por un cartel que indicaba: «Fuente Obejuna».

– ¡Fuente Obejuna! ¡Todos a una! – grité yo, dando un volantazo hacia la izquierda.

– Pero ¿dónde vas? -dijo Alex.

– A Fuente Obejuna…

Os recomiendo hacer rutas literarias, y si son planificadas, mucho mejor. Visitar este pintoresco pueblecito en lo alto de un pequeño cerro, en el que Lope de Vega se inspiró para su obra teatral, y donde las casas, blanquísimas, relucen más que el sol, mereció la pena.

Como novata al volante he cometido muchos errores, dos multas de radar, una por mal estacionamiento y otra por la O.R.A., eso sin contar los «casi» atropellos a viandantes a los que yo llamo «peatones suicidas», ya que, sin motivo, se te tiran a la carretera, nunca lo entenderé. También me he dado golpes varios en muros de parkings, señales de tráfico, etc.

Las peores situaciones que he vivido al volante han sido conducir con el sol bajo y de cara y la niebla; en ambas situaciones la sensación de no ver absolutamente nada es horrible. Si Alex no hubiera estado a mi lado en esos momentos hubiera sido presa del pánico. Como copiloto es un crack, aunque, como él no conduce, también ha tenido mucho que aprender. En nuestros primeros viajes llevábamos mapa porque no teníamos GPS, y de repente lo abría con un «vamos a ver…», tapándome el espejo retrovisor derecho justo en un momento clave. Hemos tenido fuertes discusiones por este tema, y no es para menos. Otra cosa en la que hemos tenido que ponernos de acuerdo es en qué palabras utilizar para poder entendernos mejor. Me explico: recuerdo que estábamos en pleno centro de Madrid parados en un semáforo frente a una pista de cuatro carriles, y nos disponíamos a coger una de las tres bocacalles que teníamos delante, sin estar seguros de cuál era la correcta.

– ¿Por dónde tiro, Alex?

-Eh…

– ¡Venga que se pone en verde!

-Pa llá…

-¡¡¡¡¿¿¿¿Pa llá dóndeeeeeee!!!!????

En esos momentos, y en muchos otros similares, he querido matarle. (Cuando pretende elegir el «mejor» aparcamiento por mí, por ejemplo). Por suerte ahora las palabras que utilizamos son derecha, izquierda y centro, o centro derecha o centro izquierda. Como buen copiloto que es, y además perfeccionista, Alex espera que le haga caso en todo, para él el GPS es sagrado, para mí el GPS no sabe lo que dice.

-Vale, es la siguiente salida -me dice él. Yo paso de largo…

– Pero ¿qué haces?

– Que por ahí no es.

– ¿Cómo que no es? Lo dice el GPS.

-Que te digo que por ahí no es… ¡Que para ir a Madrid por Aranda no se sale por Burgos!

Y ya la tenemos liada.

A veces tengo razón yo y a veces tiene razón él, pero creo que la mejor solución sería actualizar de una vez por todas el GPS.

La verdad es que, si conduzco, me es difícil estar pendiente de más cosas, por eso tenerle a él de copiloto es genial. A pesar de todos los sustos, con el tiempo he aprendido a conducir de verdad y sigo disfrutando de ello, es más, es algo muy importante para mí. Yo soy conductora y él es copiloto, así son las cosas. Han sido muchas las veces que le he animado a que se saque también el carné, sobre todo, pensando en los viajes largos, pero a él no le llama; sé que en el fondo le tiene «respeto» a la carretera, quiero decir, más de la cuenta. Y la verdad, si él condujera, yo sería una copiloto pésima para él, creo que sufriría todo el rato, y además, tener que dejarle el coche… Eso sin tener en cuenta que, si viendo una peli tiene micro sueños, por no decir que da sus «cabezaditas», conduciendo… ¡Qué peligro! No, no, mejor así, en el fondo todos nacemos para algo, o para conducir o simplemente para ser copiloto, las dos cosas son importantes.

Pensando en todo esto, creo que la vida es como conducir. Emprendes un viaje, sin conocer exactamente el destino. El paisaje te deslumbra por su belleza en la primavera, y te la complica aquellos días de lluvia o niebla en cada invierno. La falta de visibilidad es lo peor, porque el miedo llega a dominarte. En esas ocasiones, colocarte detrás de un camión te da seguridad hasta que pasa el temporal. ¿Me entiendes? Sí, a los camiones a quienes he seguido en esas ocasiones les he puesto nombre propio. Los camiones son tus amigos. Y cuando vuelve a salir el sol, ¡qué bonito es pararse a disfrutar de lugares y gente fantástica! Muchas veces, así, de improviso, llegan los verdaderos amigos, con los cuales, incluso compartirás parte del viaje.

También en la vida, tenemos un copiloto que nos acompaña. Es quien te pasa el botellín del agua cuando tienes sed, te da conversación cuando tienes sueño, te cuenta chistes malos para que te rías, se ocupa de echar gasolina en el depósito cuando tú estás cansado o te indica el mejor camino a seguir (aunque muchas veces ignoremos sus consejos). Conducir a su lado es una maravilla porque en todo momento te entiende, incluso sin decirle ni una palabra, ya sabe lo que necesitas. También permite que te equivoques, sin echarte nada en cara, esperando pacientemente a que regreses a la vía correcta, y cuando tu coche se avería, él te lo pone en marcha de nuevo. Sin duda, es el mejor mecánico que pueda existir, y lo mejor de todo: ¡No depende del GPS! En definitiva, es esa persona que te acompañará hasta el final del trayecto. Me refiero a Jesús, que además de Alex, es sin duda mi mejor copiloto. Invítale a acompañarte en este periplo de la vida, nunca estarás solo y nunca te perderás.

Opinión

Fortaleciendo la Unidad

Redacción FIEL8 de abril de 2024
Opinión

Te necesito

Redacción FIEL5 de abril de 2024
Opinión

Tres características ante los problemas

Redacción FIEL1 de abril de 2024