“Dios, al crear, une. El hombre-este es su drama-separa. Rompe con Dios, por la irreligión; con sus hermanos, por la indiferencia, el odio y la guerra; y con su alma misma por la persecución de bienes aparentes y caducos. Y este ser, separado de todo, proyecta sobre el Universo el reflejo de su división interior; todo lo separa en su contorno”
— Sobre el amor humano (Ensayo) por Gustave Thibon
Aquí estamos en este mundo convulso. Cuando creíamos que comenzábamos a tener tregua en este planeta azul nos encontramos con una guerra, una de las muchas, y esta, está muy cerca de nosotros.
Siempre fui escéptica a la famosa frase de pandemia “de esta saldremos mejores”, me hacía bastante gracia. Y lo que más me asombraba es que la personas, los medios de comunicación y hasta algún cristiano se la creía con una fuerte convicción.
Me recordaba a una frase que acuñaba como perfecta en mis años de agnosticismo: “el hombre es bueno por naturaleza y malo por ignorancia” Cuando conocí a Dios reconocí que errada es esa frase. Ni somos buenos, ni lo seremos. Hay en nosotros demasiada maldad, y no ignorante precisamente. Nos erigimos como buenas personas pero no lo somos. Odiamos, agredimos verbal y físicamente, envidiamos, marginamos y compramos aceite para dos años cuando creemos que escaseará. Nos importa “un pimiento” si otros tendrán una botella o no, siempre que nosotros tengamos la despensa llena.
Es solo el amor de Jesús el que nos trasforma. Solo Él nos hace un poco mejores.
Hemos aprendido a aislarnos rodeados de plataformas que desvirtúan toda realidad. Donde todos parecer felices sin serlo. No hay nada peor que aparentar lo que no eres, requiere mucho esfuerzo y trae mucha frustración. Pensar que no eres lo que reflejas es como vivir en una serie de televisión todo el tiempo y un día como Jim Carrey en “El show de Truman” darte cuenta de que todo es mentira. Porque la felicidad, además de estar sobrevalorada, no es tenerlo todo y disfrutar todo el tiempo. Es esforzarse, luchar, fracasar, levantarse, amar, reír y tener claro tu destino. Cuando sabes tu destino eterno, caminas con propósito, eres intencional y sabes que aquí no lo tendrás todo, no todo irá bien y aún así podrás disfrutar de cada momento. ¡Eso relaja bastante!
Tu vida no depende de los like que te de gente que ni conoces. Sino del “me gusta” de Dios, y de las personas que te aman y amas.
No busquemos que la multitud nos afirme y nos digan lo maravillosos que somos. Esos, mañana te tirarán piedras. Busca tu afirmación en Dios. Hacer su voluntad es el camino de la felicidad. Cuando estamos anclados en Él nada nos hace tambalear. Si nos ensalzan seguimos con los pies en el suelo y si nos atacan Dios nos da alas para volar.
Como dice Pablo en la epístola de Romanos, por la fe tenemos acceso a la gracia y es la gracia la que nos mantiene firmes. No lo que otros piensan y dicen de nosotros, sino el favor inmerecido del Padre Eterno. Y esa gracia es la que nos trae el regocijo (felicidad) en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios (destino). Y a la vez este mismo anclaje hace que nuestros sufrimientos hagan crecer en nosotros la perseverancia (seguir sin desmayar), y nos lleve a la esperanza (creer que pasará).
Así que evita impregnarte de los rudimentos de este mundo. No seas cautivado por la vana filosofía engañosa de las tradiciones humanas y de cantos de sirenas.
Es en Dios en quien están escondidos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.
Arráigate y edifica tu vida en Cristo y llena tu vida de gratitud.
No te conformes con menos, no te conformes solo con ser “feliz.”