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Es para mí un privilegio poseer en casa varias Biblias de diferentes versiones: la Reina Valera del 60, la del 95, la Biblia de las Américas, la Cantera Iglesias, la Biblia de Jerusalén, la del Peregrino, la Nueva Versión Internacional, la Biblia Textual, la Thompson, la de Estudio Inductivo, la King James Version, la Nácar Colunga, la Septuaginta, la Interlineal Hebrea, la Biblia Hebraica Stuttgartensia, y seguro que me dejo alguna más, eso sin contar la colección de estudios bíblicos de Mathew Henry y de William Hendriksen, entre otros. A mi esposo le ha costado unos cuantos años y algo de dinero llegar a tener una pequeña biblioteca bíblica en casa, pero no tanto como le costó a la pequeña Mary Jones conseguir su propia Biblia en galés.

Mary Jones era hija de unos campesinos galeses cristianos que acudían fielmente a la iglesia todos los Domingos para escuchar con ansia la prédica del pastor y cantar himnos junto con los demás integrantes de la comunidad.

La pequeña Mary muy pronto empezó a soñar con poseer su propia Biblia, pero ¿cómo? Se le sumaba un gran inconveniente, como sus padres, ella también era analfabeta. Un buen día, a la edad de diez años, sus padres la escolarizaron y Mary por fin pudo aprender a leer, y cuando supo defenderse, aceptó la invitación de la señorita Evans, que vivía a diez kilómetros de su casa, para leer juntas algunos pasajes e historias de la Biblia. Mary disfrutaba mucho de estos momentos, y la señorita Evans le dio la libertad de ir a su casa siempre que quisiera, pero, aun así, la niña seguía albergando el sueño en lo más profundo de su corazón de tener su propia Biblia, y así oraba a Dios para que le concediera su petición.

Mary decidió que no tan solo oraría, a partir de ahora tendría que hacer algo para poder realizar su sueño. Así que empezó a trabajar duro para ahorrar el dinero necesario, y cuando le llegara la oportunidad, compraría su Biblia. Empezó a ayudar a sus vecinos a limpiar sus casas o a cuidar de sus hijos pequeños, apacentaba vacas, vendía los huevos de las gallinas de su madre, sacaba y porteaba agua o remendaba ropa, y así pasaron seis años de esfuerzo hasta que le llegó la noticia de que había un pastor en la ciudad de Bala, a unos cuarenta kilómetros de allí, que vendía Biblias en galés, su nombre era Thomas Charles.

Mary Jones decidió emprender el viaje hacia Bala y encontrar a aquel pastor. Atravesó valles y ríos hasta vislumbrar a lo lejos las luces de la ciudad. No tenía ninguna seña acerca de la residencia de Thomas Charles, pero preguntando, por fin llegó a su destino. Mary, cansada y polvorienta, llamó a la puerta.

– ¿Es aquí donde venden Biblias?

El pastor Charles quedó asombrado al verla y la hizo pasar.

– Sí, ciertamente me queda una, pero ya la tengo reservada, pequeña, lo siento…

Mary empezó a llorar desconsolada, el pastor no sabía qué hacer, de pronto, bajó sus ojos y se dio cuenta de que la jovencita iba descalza y de que había recorrido un largo camino para llegar hasta allí. Le preguntó:

– Dime, ¿tanto deseas tener una Biblia?

Mary Jones le contó cómo se había esforzado durante los últimos años para aprender a leer y ahorrar el dinero suficiente para poder proveer, no tan solo para ella, sino también para sus padres, una Biblia familiar, una como la que tenía la señorita Evans. Sin dudarlo un instante, Thomas Charles sacó la Biblia en galés que tenía guardada, y se la entregó a Mary.

La joven la tomó entre sus manos, la abrazó y la besó, y seguidamente sacó una bolista con monedas y se la entregó al pastor.

– ¡Dios le bendiga pastor!

Tanto impactó esta historia a la vida de Thomas, que decidió firmemente que tenía que hacer algo contundente para la difusión de la Biblia en su país, y pronto se añadió la preocupación de traducirla a otras lenguas, incluso a aquellas de habla indígena para que pudiera servir de ayuda a los misioneros que se encontraban en distintos lugares predicando el Evangelio. Así pues, el 7 de marzo de 1804 se celebró en Londres la asamblea fundadora de la Sociedad Bíblica Británica y extranjera para la traducción, producción y distribución de las Sagradas Escrituras por todo el mundo.

La historia de Mary Jones me conmovió mucho cuando la leí por primera vez. Me hizo pensar en que muchas veces no nos podemos llegar a imaginar cuál es el alcance de nuestras pequeñas acciones, cuando éstas van acompañadas de pasión por las cosas de Dios. Cuando hacemos cualquier cosa con un amor genuino, sincero, desinteresado y en obediencia a la voz del Espíritu Santo, algo pasa en las vidas, tanto en los receptores directos de éste, como en los que simplemente observan.

El amor de Dios, en sus distintas manifestaciones, siempre crece y se multiplica.

EditorialOpinión

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