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Iniciando el año 2022, la cuesta de enero se prevé bien escarpada y vertiginosa. Todas las previsiones apuntan a que nos queda un largo camino por recorrer durante los próximos años para recuperar el innumerable reguero de pérdidas de toda índole tras casi dos años de pandemia.

Para poder abordar un futuro con esperanza, debemos asumir que este tiempo de pandemia, además de hacernos sufrir una crisis de consecuencias múltiples, ha manifestado la realidad de una seria profunda crisis espiritual. Por tanto, como paso inicial para una recuperación sostenible y saludable, es imprescindible el arrepentimiento; volvernos a Dios y dejar atrás nuestras motivaciones egoístas y toda conducta corrupta, ajena a la justicia divina y a la equidad. Por más difícil que resulte entenderlo y, al mismo tiempo, al margen de toda interpretación “condenatoria” de la Escritura, en última instancia, no podemos ignorar que la pandemia es una maldición y, por consiguiente, propia del pecado que ha ocasionado la quiebra del orden cósmico y biológico, así como la propia alteración de la naturaleza (comp. Proverbios 26:2). 

Pero, considerando la realidad descrita, podemos y debemos echar mano de la esperanza que nos abre la perspectiva de un nuevo tiempo propiciado por la misericordia y el perdón del Señor. Esta esperanza se sustenta por la promesa que Dios nos anuncia: “yo os restituiré los años” (Joel 2:25). 

Es interesante que, en este texto tan pentecostal del profeta Joel y reiterado por el apóstol Pedro, el derramamiento del Espíritu Santo se relaciona directamente con la compensación de los años perdidos. Dios no está prometiendo que se nos devolverá todo lo que hemos perdido, pero sí nos compensará el tiempo de cosechas perdidas. Es decir, que todo lo que se perdió en vidas humanas, en bienes materiales, en la salud y en lo referido a sueños frustrados es parte del pasado y, en gran medida, no podremos recuperarlo. Sin embargo, la esperanza de la restitución nos ubica en la expectativa de que viene un nuevo tiempo de oportunidad en el que el Espíritu se derramará sobre nuestra tierra la lluvia otoñal y primaveral para hacerla fructificar profusamente. Sin duda, lo que Dios nos está anunciando es la llegada de una temporada en la que la bendición de Dios impactará nuestra vida y nuestra tierra para llevarnos a superar el pasado y a disfrutar la compensación de los años perdidos por la crisis. 

Toca, por tanto, en este invierno que estamos atravesando, y basados en la promesa de Joel, dejando atrás la añoranza por los años perdidos, echar mano de la fe que nos llevará a escoger la mejor semilla, la que determinará nuestra cosecha, nuestro destino predilecto… porque ha llegado el tiempo de plantar lo que se quiere (Eclesiastés 3:2). Determinemos, por tanto, a dónde queremos llegar y no desfallezcamos en hacer lo correcto, de trabajar para el Espíritu (Gálatas 6:8,9), de sembrar con generosidad (2ª Corintios 9:6) porque, sin duda, Dios volverá a hacerlo de nuevo, como al principio, los cielos se abrirán y su bendición será tan bendecida que la nueva temporada de Dios compensará con creces los años perdidos. Recuerda que con Dios nunca se pierde, que no prevalecerá la burla y la vergüenza porque siempre lo mejor está por delante y que, sobre todo, la pérdida temporal jamás invalidará la esperanza eterna.

Así que, si bien es verdad que enero pone muy cuesta arriba muchos de nuestros proyectos, entre lo cuales está nuestro XVII Congreso ADE ¡Hazlo de Nuevo!, también es cierto que nuestra esperanza propia de los hijos de Dios, nos llevará superar cualquier crisis presente y futura, transitaremos un camino sin retorno convencidos de que volveremos a cruzar un nuevo “mar rojo”, cualquier “Jordán” que se precie y todo “desierto” inhóspito que se interponga hacia nuestro destino convencidos de que, para este momento de la historia que nos toca vivir, Dios responderá a nuestro anhelo y clamor: Espíritu Santo, ¡Hazlo de Nuevo! (Isaías 43:19).

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