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Mi formación profesional tiene que ver con el diseño. Estudié en un Escuela de Artes Aplicadas, y mi profesor de la asignatura de “diseño de interiores” solía repetirnos una frase: “el diseño está condicionado por la función, y la función estará condicionada por vuestro diseño”. Quería transmitirnos una idea importante: nuestro trabajo como diseñadores debía servir a aquellos para quienes trabajábamos. Intentando adaptar nuestro diseño a sus necesidades, pero también deberíamos se claramente conscientes de que nuestros diseños determinarían en buena medida el uso y el disfrute de los espacios.

Recuerdo la primera vez que me encargaron un trabajo profesional, como me devané los sesos durante mucho tiempo, pensando cómo debería ser cada espacio, cómo se usaría, si seria o no útil, si satisfaría las necesidades de mis clientes. Le dediqué mucho esfuerzo, mucho trabajo; pensé muchísimo en ello, intentando desarrollar una distribución y unas utilidades que se acercaran, según mis conocimientos, a la perfección. Cuando terminé el proyecto y lo entregué al cliente estaba muy satisfecho, y el también estaba muy contento.

Hicimos la obra de acuerdo a todo lo que había diseñado, y el día de la inauguración del local no entraba en mí de gozo; todo funcionaba a la perfección, tal y como lo había imaginado y diseñado.

Unos meses después volví a visitar el negocio. Habían destrozado lo que yo consideraba un diseño perfecto, las cajas invadían ciertas zonas de paso entre la cocina y la sala, los baños se habían convertido en almacenes por acumulación de productos, habían modificado la ubicación de las mesas dificultando el flujo de entrada y salida del local, y los camareros tenían verdaderas dificultades para atender a los clientes. Habían destrozado lo que era un buen diseño funcional al modificarlo sin pensar en cómo había sido diseñado originalmente. Y los resultados eran terribles.

En el campo de la sexualidad humana ha ocurrido algo similar, y los seres humanos ni nos hemos dado cuenta de ello. Es momento de que recordemos la importancia del diseño original de Dios respecto a este área.

En primer lugar, debemos reconocer que el sexo, las relaciones sexuales entre los seres humanos, son parte del diseño de la humanidad realizado por Dios. Dios mismo determinó como debe ser la vida sexual, las relaciones sexuales de la humanidad. ¡El sexo es un invento divino! Dios mismo nos creó con deseo sexual, y no solo eso, también pensó en la forma en la que ese deseo podía ser cubierto de forma plena y totalmente satisfactoria.

En segundo lugar, también es bueno que sepamos que, no hay nada malo, ni sucio dentro del diseño de Dios de la sexualidad. Debemos sacar de nuestra mente la idea de que la sexualidad encierra en si misma algo oscuro, pecaminoso, desagradable a Dios o incorrecto; siempre que nos ajustemos a la forma original en la que fue diseñado, y en la que nos fue entregada por Dios.

El tercer asunto que debemos tener claro, es que no conviene en absoluto que nosotros, que no somos los creadores de la sexualidad, solo los destinados a disfrutarla, hagamos modificaciones en el diseño que nos ha sido entregado para nuestro uso y solaz. No somos los diseñadores, y lo más probable es que terminemos estropeando algo que ha sido creado perfecto y excelente; de hecho, así ha sucedido siempre en la historia de la sexualidad humana, cada vez que el ser humano ha decidido “innovar”, “mejorar” o “evolucionar” en este campo, el resultado ha sido siempre, cuando menos, cuestionable. 

Y por último, aunque seguro sería fácil añadir mucho más sobre el asunto, tener claro que la sexualidad humana es algo que, usada según su diseño original, agrada a Dios, y le agrada muchísimo; no en vano, tras crear al hombre y a la mujer, y después de pedirles que se multiplicasen, viendo lo que había creado, y que incluía la sexualidad, medio por el que el ser humano podía multiplicarse, no solo dijo que era bueno, como había dicho hasta ese momento del resto de la creación,  sino dijo que era “bueno en gran manera” (Gn. 1:31).

Recuerdo lo triste que me sentí al ver mi trabajo, en el que había puesto mi alma, deformado, estropeado, dañado y echado a perder por haberse salido de su diseño original; así que creo que, en alguna manera, puedo entender lo que Dios piensa cuando ve como los seres humanos estamos usando muy a menudo nuestra sexualidad. 

Dios ha diseñado nuestra sexualidad humana de una forma perfecta, disfrutémosla de forma perfecta, agradando también con ello a nuestro Dios, manteniendo el diseño que él nos ha dado, y que es más que suficiente para que podamos disfrutar de esa área de nuestro ser de forma plena, completa y satisfactoria. No hay nada malo en ello, al contrario, usada según su diseño original, no solo es bueno, es bueno en gran manera.

EditorialOpinión

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