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El teólogo R.C. Sproul afirma con rotundidad: “Moisés podría mediar en la ley; Mahoma podría blandir una espada; Buda podría dar consejo personal; Confucio podría ofrecer dichos inteligentes; pero ninguno de estos hombres estaba calificado para ofrecer una expiación por los pecados del mundo… Solo Cristo es digno de devoción y servicio sin límite.” (R. C, 1991)

Por otro lado, Charles Templeton quien, tristemente, llegó a rechazar su fe cristiana consideraba una «suposición inaguantable» (Templeton, 1996), la exclusividad de la salvación del hombre por medio únicamente de Jesús. Templeton escribió:

Los cristianos son una pequeña minoría en el mundo. Aproximadamente cuatro de cada cinco personas en la faz de la tierra creen en otros dioses antes que en el Dios cristiano. Los más de cinco mil millones que viven en la tierra veneran o reverencian a más de trescientos dioses. Si uno incluye religiones animistas o tribuales, el número aumenta a más de tres mil. ¿Debemos creer que solo los cristianos están en lo cierto? (Templeton, 1996)

En el mundo actual del todo vale, de la modernidad líquida, de la autopercepción, de ser tolerantes con todos e inclusivos al hablar, vemos que el cristianismo levanta la bandera de la exclusividad frente al resto de religiones.

Lo cierto es que el cristianismo es inclusivo en su propuesta y oferta. Esto es una parte fundamental del evangelio. Pedro lo entendió al presentar el evangelio a un hombre gentil (no judío) y centurión (opresor). Afirmó que Dios no hacía acepción de personas (Hechos 10:44). En ese momento, el mensaje del evangelio rompió las barreras de lo digno e indigno, de lo puro e impuro a los ojos de las tradiciones culturales y religiosas.

Pablo apunta que en Cristo ya no hay diferencias de razas (judíos o gentiles), géneros (hombres o mujeres) o clases sociales (esclavos o libres), pues todos son uno en Cristo Jesús. Las separaciones racistas, sexistas y clasistas desaparecen ante la oferta y propuesta inclusiva del evangelio.

La cruz, piedra angular del mensaje cristiano, es la mayor expresión de la obra de Dios a favor de todos los hombres. Fue ahí, en la cruz, que Dios entregó a su Único Hijo para que todo aquel en él crea no se pierda mas tenga vida eterna. Todos sin acepción, distinción o excepción, pueden venir bajo la sombra de la cruz y encontrar salvación.

La iglesia, que nació en el día de Pentecostés, lo hizo como magistralmente expresó Moltmann, en las lenguas de todas las naciones (Moltmann, 1999). Las naciones que, por causa de la festividad, estaban presentes en Jerusalén. Dios no desaprovechó la oportunidad para alcanzarlas y hacerles llegar su propuesta de salvación. El resultado fue que la gran comisión se completó, al menos de manera representativa. Fue un ejemplo a la iglesia de lo que se debía y podía hacer en cuanto a la extensión e inclusión del reino de Dios por medio de la predicación del evangelio.

No obstante, esta inclusión no es a cualquier precio ni se realiza de manera inmediata o automática. Como cualquier propuesta, la oferta divina contiene ciertos términos y condiciones que deben ser aceptados por la otra parte involucrada, los seres humanos.

Debe realizarse un acuerdo de aceptación entre Dios y cada individuo si se quiere formar parte de ese grupo exclusivo de personas que tienen la verdad. La Biblia, en su original griego, usa los términos synthéké y diathéké para referirse a las palabras pacto o acuerdo. En su comentario bíblico W. Barclay del cap. 8 de la carta a los Hebreos expone:

La palabra griega para los usos normales de acuerdo es synthéké; por ejemplo, para un contrato o lazo matrimonial, o un acuerdo entre dos estados. Synthéké siempre se refiere a un acuerdo en términos iguales entre dos partes que están en un mismo nivel; pero entre Dios y el hombre no puede haber igualdad de condiciones. En el sentido bíblico del pacto, la iniciativa es por entera de Dios. El hombre no puede discutirle a Dios los términos del pacto; sólo puede aceptar o rechazar el ofrecimiento que Dios le hace. El ejemplo supremo de esta clase de acuerdo es el testamento. Las condiciones de una última voluntad o testamento no se acuerdan entre las dos partes, sino son decisión única del testador, y la otra parte no puede alterar las condiciones, sino solamente aceptar o rechazar la herencia que se le ofrece. Por eso se usa la palabra diathéké para describir nuestra relación con Dios, porque es la clase de pacto en el que sólo una de las partes es responsable de los términos. Esta relación se nos ofrece solamente por la iniciativa y la gracia de Dios. Los términos del pacto los ha fijado Él, y el hombre no puede modificarlos en lo más mínimo. (Barclay, 1994)

Justo esto es lo que hace que la verdad del evangelio sea exclusiva. No todo vale. Ni todas las ideas son iguales en importancia. El evangelio y la oferta divina no dejan lugar para otras opiniones o alternativas de salvación por más que el hombre las haya querido fabricar usando la religión, razón o tradición.

Para que la verdad sea verdad debe ser exclusiva, es decir, debe excluir el engaño, la mentira y todo aquello que sea falso. La lógica, filosofía y sentido común nos dicen que no es posible que todo sea verdad. De ser todo verdad, incluso la afirmación todo es mentira también sería verdadera y nos llevaría a una paradoja sin salida. La realidad es que los que afirman creer en todo o no creer en nada, son idénticos en su sistema de creencias en términos absolutos.

Para que exista la verdad debe entonces, de manera indefectible, existir la mentira. La verdad, por definición, es exclusiva y no es tolerante con el error. Que existan muchas religiones y verdades lo único que demuestra es que no todas pueden ser verdaderas. Josué Ferrer en su libro Por qué dejé de ser ateo nos ofrece un símil muy útil para entender esto:

El escritor ateísta Sebastian Faure defendió un argumento curioso. Él decía que hay muchas religiones. Y puesto que todas ellas (o la mayoría) presumen de tener al Dios auténtico y acusan de falsas a las divinidades de las demás religiones, se deduce que ninguno de sus dioses es real. Todo es un invento, una mera tomadura de pelo.

Este argumento es una falacia y con un simple símil futbolístico demostraré por qué. Hay periodistas, hay expertos en el deporte, entendidos en la materia, que afirman con rotundidad que el mejor futbolista de todos los tiempos es Pelé. Pero otros muchos dicen que es Diego Maradona. Y otros apuestan por Johann Cruyff, Alfredo Di Stéfano, Marco Van Basten, etc. ¿Significa esto que ninguno de ellos (o cualquier otro) es el mejor? ¿Que el mejor futbolista del mundo se llame como se llame, no existe sólo porque hay una disparidad de criterios? No, significa que el mejor futbolista sí existe, lo que no existe es consenso para dictaminar quién es. (Ferrer, 2009)

Que haya diferentes opiniones sobre la verdad no impide, en lo más mínimo que haya una sola verdad para todos, aunque no sea compartida por todos. Bajo el paraguas del relativismo, el hombre ha hecho de su verdad personal y subjetiva, las gafas con las contempla el mundo y la realidad. Pretendiendo ser tolerantes se han vueltos tiranos e intolerantes con los que no creen, como ellos, que no hay una verdad exclusiva y absoluta. Irónicamente, la afirmación todo es relativo y no hay verdades absolutas se fundamenta sobre el absoluto de que no hay verdades absolutas. Su propio razonamiento es contradictorio en su definición y se autodestruye desde la base. Nada sólido ni significativo se puede construir sobre ello.

Aunque no se quiera, es inevitable. Hay que escoger. Se tiene que tomar una decisión. Se debe elegir qué creer. Y solo hay dos opciones que se excluyen mutuamente, la verdad de Dios o la verdad de los hombres. Es triste observar como el hombre sin Dios se contempla a sí mismo como el producto de la materia, el tiempo y la casualidad, sin ningún tipo de significado presente o destino futuro. Este tipo de hombre se debe construir a sí mismo. Ya no hay referencia externa ni esencia previa ni verdad absoluta que lo guie. Por ende, el hombre es para sí mismo, como diría Jean Paul Sartre, figura principal del existencialismo tras la II Guerra Mundial; y esta construcción se hace como bien le parece a cada uno. (Sartre, 2009). Por otro lado, el hombre sensato, aunque le sea doloroso para su ego, optará por abandonar su propia construcción y verdad finita para abrazar la verdad eterna, pura y absoluta de Dios.

Cabe remarcar, que el cristianismo, expresado a través de la Palabra de Dios, no solo se enfrenta a los sistemas de creencias ateos y humanistas sino también a las otras religiones. El cristianismo excluye tanto la posibilidad de que Dios no exista como también el hecho de que las otras religiones sean verdaderas. En definitiva, el mensaje de Dios en la Biblia proclama con claridad que él existe y que existe como único y verdadero Dios. Y este mensaje es tanto inclusivo (un Dios para todos) como exclusivo (todos deben aceptarlo).

Hay ciertos aspectos que confieren al cristianismo su naturaleza diferencial con respecto a otras religiones. Estas distinciones tienen que ver con la encarnación del Hijo de Dios, su revelación y la salvación alcanzada para los hombres.

Josué Ferrer lo resume de esta manera:

Así, se dan tres grandes hechos diferenciales que hacen que el cristianismo sea una fe única: Jesús no se presentó a sí mismo como un hombre sino como Dios mismo encarnado; mientras en el resto de religiones han sido los humanos los que han tratado de buscar al Creador, en el cristianismo es Él quien busca y se muestra a sus criaturas a través de las revelaciones; y lo más importante de todo: al ser incapaces de salvar nuestro espíritu por méritos propios (insuficientes a los ojos de Dios), hemos de entregarnos a Jesús para que nos salve Él. (Ferrer, 2009)

En suma, hay muchas religiones y sectas aparentemente positivas pero que no lo son. «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 14:12). No todos los caminos llevan a Dios. El único camino que lleva a Dios es Jesucristo porque por Él y para Él son todas las cosas. El único camino hacia el Señor es Cristo. «Jesús dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto» (Juan 14: 6-7). Por más insoportable que le sea a Templeton, la verdad siempre ha sido exclusiva y se halla en la persona y en el evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lo fatalmente insoportable sería que no fuera así.

 

 

Bibliografía
Barclay, W. (1994). Comentario al Nuevo Testamento, volumen 13-Hebreos. Terrasa: CLIE.
Ferrer, J. (2009). Por qué dejé de ser ateo. Pembroke Pines: Editorial Dinámica.
Moltmann, J. (1999). Spirit of Life: a universal affirmation. London: SCM.
  1. C, S. (1991). Reason to Believe [Razón para creer]. Grand Rapids, MI.: Lamplighter Books.
Sartre, J. (2009). El existencialismo es un humanismo. Barcelona,: Edhasa.
Templeton, C. (1996). Farewell to God [Despedida a Dios],. Toronto: McClelland & Stewart.
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