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“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mateo 5:13).

“Y dijo: ¿A qué es semejante el reino de Dios, y con qué lo compararé? Es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su huerto; y creció, y se hizo árbol grande, y las aves del cielo anidaron en sus ramas. Y volvió a decir: ¿A qué compararé el reino de Dios? Es semejante a la levadura, que una mujer tomó y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo hubo fermentado” (Lucas 13:18-21)

El título pudiera parecer el encabezado de una receta de cocina, pero no pude encontrar una mejor manera de presentar lo que quiero decirles que usando las mismas palabras de Jesús. Cuando él se refirió al reino de Dios y a los participantes de este reino, no echó mano de metáforas grandilocuentes, ni usó pomposas palabras. El Maestro se refirió a su reino y a los suyos con un lenguaje tan sencillo que cualquiera podría entenderlo.

A la mayoría de nosotros nos resulta muy funcional utilizar en nuestra cotidianidad la asociación de ideas y los parecidos, es un recurso mental para guardar información de una manera más cómoda, con menos esfuerzos y más resultados. El Señor quería precisamente esto, que pudiéramos recordar fácilmente quiénes somos y nuestra capacidad de trascendencia como pueblo de Dios. El comunicador más grande de todos los tiempos sabe cómo dejar su didáctica enseñanza en el corazón de sus oyentes.

Las figuras que usó Jesús están vinculadas con la cotidianidad, lo que evidencia el valor y la importancia que estas revisten. Sal, mostaza y levadura, ingredientes encontrados en cualquier parte de aquel mundo lleno de tantas carencias y desigualdades nos recuerda que el reino de Dios está presente en cualquier época, en cualquier estrato social y en todas partes. Figuras que hablan de cuánto hacemos falta aquí y ahora. Como escribió Lutero: “Dios no necesita tus buenas obras, pero tu vecino sí”. Somos elementales para nuestra sociedad, aunque en ocasiones esta ha llegado a desear prescindir de nosotros, o nos ha considerado un incordio para sí misma. A pesar de todo ello, seguimos aquí y vamos adelante esparciendo bondad y todo aquello que de gracia hemos recibido.

La sal, así como la mostaza y la levadura, a la vista no resultan demasiado atractivas. En sí mismas no poseen una belleza deslumbrante, su valor reside no en algo superficial como la apariencia, sino en lo que es capaz de llegar a hacer. La sal, unos granitos blancos, pequeños y fáciles de almacenar en cualquier recipiente hogareño, es capaz de conservar cientos de tipos de alimentos y de dar sabor a la comida lo que estimula el apetito y la ingesta de los mismos. La sal es imprescindible en la mayoría de los hogares del mundo. La levadura, por su parte, es un hongo unicelular capaz de producir fermentación en bebidas y alimentos. Es tan falto de gracia que no creo que nos hiciéramos fotografías con él, pero su utilidad es de enorme valía para la creación de diferentes bebidas, alimentos y para la repostería en general. Finalmente, la mostaza, una semilla tan ordinaria y pequeña (tengo una, pegada a una cartulina en mi escritorio, regalo de un buen amigo), puede convertirse en una planta frondosa, capaz de alcanzar los dos metros y medio de altura y en cuyo follaje habita todo un pintoresco ecosistema. La vida encuentra refugio y abrigo en algo que fue antes apenas del tamaño de la cabeza de un alfiler.

Así es el reino de Dios, puede parecer inofensivo y ordinario, pero su potencial puede asombrar a naciones y a reyes. Lo sé muy bien porque nací y crecí en Cuba, un país en donde se intentó erradicar la fe desde sus raíces. Un sistema totalitario que odiaba a los cristianos encarceló en sus primeros años de apogeo a pastores, durante cinco décadas ha vejado a los cristianos, les ha privado de oportunidades y les ha falseado el derecho. La iglesia no parecía una amenaza, más bien un grupúsculo fácil de reducir. Hoy, después de miles de intento por hacer desaparecer a la iglesia, se levantan miles de congregaciones y en casi ningún templo hay sillas vacías, sino que hay personas de pie, en los pasillos y por las ventanas. Lo que no parecía, lo que resultaba ordinario y poco relevante permanece y se acrecienta, así funciona el reino de Dios, contradictoriamente, deslumbrando a escépticos y ateos.

Somos ese pueblo y pertenecemos a ese reino. No al reino de los palacios, el poder militar y las arcas llenas de dinero. Sino al reino donde la sal, la levadura y la mostaza son el patrimonio que Dios usa para dispensar su gracia a un mundo insípido, empequeñecido en sus pecados y falto de refugio y abrigo. Eso aportamos desde nuestra ordinaria sencillez. En nuestra pequeñez nos hacemos grandes para Dios, en nuestra simplicidad asombramos al mundo. Sal, levadura y mostaza, eso es lo que somos.

EditorialOpinión

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