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Una familia de monos duerme plácidamente cuando uno de ellos se despierta y  descubre asombrado que, en medio de su zona de descanso, ha aparecido un alto  monolito negro. Sus gritos despiertan al resto del grupo. Poco a poco los alborotados  simios se van acercando y tocan el monolito. El sol brilla sobre la escena en aquel  mundo primigenio.

Stanley Kubrick, basándose en el relato «El centinela» de Arthur C. Clarke,  impresionó la retina de todos los que, en aquel ya lejano 1968, entraron a los cines a ver  una película titulada «2001, una odisea en el espacio». Desde entonces ha corrido litros  de tinta sobre diferentes interpretaciones acerca lo que Kubrick quiso expresar a través  de ese monolito, y que el propio autor nunca se dignó a revelar. Aún recuerdo, en  aquellas lejanas noches de «Polvo de estrellas», a Carlos Pumares gritando, en pleno  paroxismo: «¡¡¡Dios, el monolito es Dios!!!. A pesar de las muchas teorías diferentes,  muchas coinciden en que el director quiso expresar la intervención externa, alienígena,  en la aparición del ser humano.

La polémica se ha reavivado desde la aparición, hace ya unas semanas  en medio del desierto de Utah,  EEUU, de un monolito metálico y brillante, de unos tres metros y medio de altura, y del  que se desconoce intención y autor. Tan misteriosamente como apareció, el monolito  hizo «mutis por el foro» diez días después de su descubrimiento, dejando tras de si mas  preguntas que respuestas. Desde entonces han aparecido monolitos similares por todo el  mundo, incluso uno en Segovia, aunque este, de construcción muy burda e inestable,  semeja ser una mala imitación.

No ha faltado en toda esta «monolítica» historia, quien ha afirmado que se trata de  una manifestación de los extraterrestres, anunciando que pronto se presentarán ante  nosotros; quieren ver en los monolitos un aviso del advenimiento de una nueva era para  la humanidad, de un nuevo amanecer, en el que los seres humanos daremos un salto  hacia delante, quizás hacia las estrellas de donde, según ellos, provenimos.

Hace 2000 años se levantó un verdadero «monolito», una genuina muestra de la  intervención divina en el destino de la humanidad; se irguió el símbolo de un nuevo  amanecer para la raza humana; la posibilidad real de un nuevo comienzo que nos  convierte en nuevas criaturas. Hace 2000 años se alzó la cruz de Cristo; el «monolito  divino» en el que el hombre encuentra la posibilidad de un salto real hacia delante,  escapando de la barbarie del pecado, hacia una vida real y abundante.

Cuando muchos siguen mirando monolitos metálicos, señalando a las estrellas, se  hace más necesario que nunca el descubrimiento de la cruz, en la que esta sociedad  pueda ser de verdad renovada, cambiada, rescatada, proyectada más allá de las  estrellas.

Desgraciadamente parece confirmarse Lucas 17:8, «…los hijos de este siglo son  más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz»; y una vez más son  aquellos que no tienen nada bueno que dar, los que son capaces de ganarse la atención  del mundo entero. ¿Aprenderemos algún día,los creyentes, a ser lo suficientemente  sagaces para llamar la atención de este mundo, y que descubran el «monolito» de  Cristo?.

Oremos que entre nosotros, los hijos de luz, se levante gente que sepa asombrar,  desconcertar, mostrar la Cruz de Cristo, con la misma eficacia e imaginación que otros  levantan monolitos a la nada.

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