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Puede, estimado lector o lectora, que el título de este artículo te suscite extrañeza o perplejidad, pero no es mi intención disertar sobre zoología.

Siendo que me dedico a la utilización del lenguaje como medio de comunicación, pues soy predicador, enseñante, y además me permito la licencia y el atrevimiento de escribir alguna cosilla, me sirvo del derecho a utilizar sus recursos –del lenguaje, se entiende– para lograr un efecto en la mente y el corazón de quien me lee. No hago sino utilizar los que ya utilizaron con singular maestría los escritores bíblicos, a quienes inspiró, como creemos, el Espíritu Santo. Algunos de ellos hablaron de “moscas, zorras, asnos y demás fauna”, y por eso lo hago yo. Como dice Isaías, si sabemos entenderla, la Naturaleza nos enseña muchas cosas.

El escritor bíblico conocido como “el predicador” (eclesiastés, es decir, la persona que dirige su discurso a una asamblea, en este caso muy probablemente, Salomón), escribe algo que desde que lo leí quedó grabado en mi corazón y que me ha sido útil a lo largo de toda mi vida:

Las moscas muertas hacen heder y echan a perder el mejor perfume; así es una pequeña locura al que es estimado como sabio y honorable

Eclesiastés 10:1, RVR2020

Es evidente que las moscas muertas son una metáfora que ilustra con una imagen de gran plasticidad los pequeños fallos que creemos que podemos permitirnos porque pensamos que son pequeños y que no se notan. Son pequeñas, las moscas, pero putrefactas, ya sabe el lector o lectora dónde se posan y de qué se alimentan, y encima, muertas. Pensamos que son simples pecadillos que Dios perdona sin problemas y que no tienen trascendencia en nuestra vida, al fin y al cabo, Dios sabe que somos humanos. David hizo cosas peores y mira…

El fondo del texto no es el perdón, sino sus efectos, sus indeseables consecuencias. Si nuestra vida ha de ser “como un perfume para Dios” –eso cantamos– estos “pecadillos sin importancia” que nos permitimos, no solo anulan el perfume que nuestra vida ha de producir, sino que lo vuelven hediondo, apestoso, metáfora del mal testimonio, de la pérdida de credibilidad y de la buena conciencia, lo cual lleva, según dice el apóstol Pablo, a la mera palabrería, es decir, a una vida espiritual vacía y aparente, es decir, puede que muy religiosa pero no espiritual.

El mismo autor bíblico, escribiendo el hermoso canto al amor del Cantar de Cantares, típica expresión hebraica para designar el más sublime de todos los cantos, el shir hashirim, dice:

“¡Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas que arruinan las viñas, pues nuestras viñas están en flor! Cantares 2:15, LBLA

La estrofa está situada en un diálogo entre el esposo y su amada y expresa un clamor que ambos entonan, que parece un tanto extemporáneo en su contexto, pero que sin duda tiene su porqué. En su conversación todo es bello y hermoso, sublime, cargado de bucólico erotismo, propio de una pareja que se ama intensamente. Diría que se trata de una firme solicitud: ¡Por favor, ayudadnos, que no haya nada que vaya a echar a perder esta felicidad nuestra!

Las zorras o raposas –y se hace hincapié en su tamaño, “pequeñas”– son otra metáfora para esos agentes dañinos que pueden echar a perder el fruto de nuestra vida y nuestra relación con el Señor. La mayoría de las versiones en español traducen “arruinan”, aunque las varias Reina-Valera dicen, “destruyen” o “echan a perder” las viñas, porque están en flor, y si el trastear de esos animalillos entre ellas hace que se pierda la flor, no habrá uva y, por tanto, tampoco cosecha.

¿Qué agentes destructivos rondan nuestra vida y la hacen estéril? Es curioso, el esposo y su amada están pidiendo ayuda. “¡Ayúdennos a atraparlas!”, dice la Traducción en Lenguaje Actual (LTA), y es que varios pares de ojos ven más que solo dos o cuatro. ¿Hemos descubierto ya esas zorrillas destructivas en nuestra propia vida? Son algo más que pecadillos; las moscas son moscas y las zorras, aunque sean pequeñas, son zorras, de bastante más calibre y potencial destructivo. Además, son agentes activos, no meramente pasivos como las moscas muertas. Se mueven al acecho, se esconden, son astutas, tortuosas y taimadas, y difíciles de cazar. ¿Has pensado en pedir ayuda? ¡Qué bueno es tener a quien recurrir, amigos de verdad, mentores, consejeros, capaces de entendernos sin juzgarnos ni condenarnos pero sí de ayudarnos a eliminar esas esquivas raposas destructivas!

Cualquiera que sea nuestra situación, ese tipo de agentes, si los dejamos actuar libremente, acabarán causando nuestra ruina espiritual. Hagamos caso al aviso que nos dedica el apóstol Pedro en su Primera Carta:

Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Resistidlo firmes en la fe1 Pedro 5:8-9

¿Y qué dice la Biblia del asno? ¿de qué es representativo?

De todos es sabido que en la antigüedad era un animal común, muy útil y productivo. Pero el asno tiene un problema, es terco y cabezón, es burro. No todos los burros se llaman Platero ni son como un peluche, suaves al tacto y cariñosos. Eso sí, es un animal muy bíblico a quien le correspondió el honor de llevar en sus lomos a Jesús, cuando entró en Jerusalén camino de su destino, la cruz. Era un burrito joven y sin domar, lo que nuestras Biblias llaman un “pollino”. Nadie lo había montado antes, pero, en este caso, no cabe duda que supo reconocer al Señor del universo y prestarse sin reparo alguno para ser la típica cabalgadura del profeta, del que viene en nombre de Yahveh.

Pero la figura a la que me voy a referir aquí es otra, evidenciada por el texto de Isaías:

El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento Isaías 1:3

Se trata de un reproche en toda regla que Yahveh hace a su propio pueblo, Israel. Contrasta su comportamiento con el del asno y el buey, los animales típicos necesarios para cualquier actividad agrícola, básica como medio de vida de la comunidad hebrea coetánea del profeta. Aun siendo el asno un animal cerril, terco y difícil de gobernar, tenía el suficiente conocimiento como para saber dónde estaba su bien –su pesebre, el lugar donde saciaba su hambre y en el que se alimentaba. Pero no era así con Israel, como les echa en cara por boca de otro profeta, en este caso, Jeremías:

Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua Jeremías 2:13.

Es algo estúpido, ¿no? En una tierra árida como era Israel, abandonar las fuentes inagotables de la bendición del Señor por aguas estancadas que perdían su contenido, era ridículo y absurdo. Pero era la realidad. Por eso dice Dios “Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento”.

Lo triste es que muchos cristianos hoy también contrastan con el asno o burro: carecen de entendimiento espiritual y por eso viven vidas espiritualmente pobres y, en algunos casos, hasta miserables. ¿Por qué no son capaces de reconocer dónde está su “pesebre”? ¿por qué abandonan la fuente de la vida, el Espíritu, y recurren yendo de acá para allá a aguas estancadas y corrompidas que jamás saciarán su sed?

En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: «Si alguien tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva». Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él Juan 7:37-39

Buen mensaje para quienes nos llamamos y nos tenemos por pentecostales. Si queremos, hasta de las moscas podemos aprender algo.

Amén.

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